Ayer Carlos Alsina entrevistó en Más de Uno a Pedro Sánchez, lo que en sí mismo es noticia porque Sánchez se ha negado, durante cuatro años, a acudir a esos micrófonos. Ha buscado en este tiempo el presidente entrevistas masaje, en medios que considera propios, amigos, donde le van a tratar bien, no ya menospreciando, sino ignorando por completo a los demás, en un uso extremo del partidismo del que todos los gobernantes hacen, pero que Sánchez tiende a exagerar hasta el extremo. La entrevista no dio mucho de sí, Alsina trató de sacar jugo y contenido, pero el protagonista vino a colocar su discurso y no se salió del guion. La escuché por la tarde y se me hizo larga.
Dice Alsina, que es un maestro en lo de la entrevista a políticos, que no le gusta hacerlas, porque sabe que el que tiene en frente acude al medio no a conversar, a responder preguntas, a lo que se va a una entrevista, sino a colocar un mensaje, a usar al entrevistador y al medio como una plataforma para sus propios intereses. Acude el político forzado, porque hay presión para ello, pero con el objetivo de utilizar al periodista, por lo que el juego de la entrevista se pervierte desde un principio y se acaba convirtiendo en otra cosa, y eso a Alsina no le gusta. Tiene mucha razón. Grandes entrevistadores, de políticos y no, saben que hay conversaciones que van a ser sustanciosas y otras no en función de cómo se comporte el entrevistado, pero que con el político el terreno de juego es otro. A partir de ahí el papel del periodista se convierte en clave, y en España, donde hay muy buenos profesionales, las modas en este campo han pasado de la adulación pelotera, como sucede cuando en Prisa entrevistan a alguien del PSOE o en ABC a alguien del PP, por ejemplo, al modelo Ana Pastor, en el que la impertinencia del entrevistador se convierte en la protagonista, del encuentro, buscando molestar todo lo posible al entrevistado para sacarle de sus casillas. Hace pocos años el modelo Pastor se exportaba sin rubor alguno, y el que era más petardo más “me gusta” conseguía en las redes sociales, sin importar que lo que se generase no fuera una entrevista, sino un vulgar “reality” en el que la soberbia del entrevistador fuera la gran protagonista. Se acudía a esos programas porque tenían mucha audiencia, pero a sabiendas de que se iba a pasar un mal rato, y muchos espectadores disfrutaban de esa manera de hacer las cosas, que a mi me pareció, desde un principio, insoportable. Afortunadamente parece que esa manera de hacer las cosas ya no está tan en boga, quizás porque ha perdido el efecto novedad y, para broncas, el espectador escoge la basura de los “realitys” que lo son plenamente, por lo que nos quedan los entrevistas peloteros, los aduladores, los que uno sabe desde el principio a qué partido votan y congregan a sus fieles en una especie de comunión. Un periodista de El País o la SER o la Sexta ante un dirigente socialista es como una relajante laguna en estío, de aguas cristalinas y placentera superficie. Muy comparable a un encuentro en la COPE o en El Mundo entre algunos de sus profesionales y dirigentes del PP, en una especie de tertulia en el que la admiración mutua se superpone a todo lo demás. Esos encuentros se venden de muchas maneras, y son varias cosas a la vez, pero desde luego no son periodismo, no en el sentido de lo que debe ser, de buscar la noticia y algo de verdad en medio de la propaganda. Seamos sinceros. Sólo los muy convencidos de una u otra marca pueden encontrar divertida, o interesante, una entrevista de Sánchez en El País o de Feijoo en El Mundo. Es material de consumo para las propias bases de los partidos, para sus fans. Quizás también una manera de que el medio se apunte un tanto por el que pedir cobrar a cambio si su candidato llega al poder y le puede hacer un favor, pero ya medirán que interés puede tener, pongámonos en el caso extremo, que el Deia entreviste a un dirigente del PNV. La hoja parroquial al servicio de la feligresía.
Alsina, desde un principio, ha intentado otro juego en sus entrevistas políticas. Nunca ha usado el insulto, la bronca, el acoso. Ha huido todo lo posible del estilo Pastor y ha tratado de buscar las cosquillas al político que tenía delante colocándole delante de sus contradicciones, con formas exquisitas, pero con un fondo serio, a sabiendas de que el entrevistado no lo va a pasar bien. A veces, como sucedió con Rajoy, logra éxitos clamorosos. Otras no, pero siempre lo intenta por esa vía, tratando de sacar del cargo que tiene delante algo que no sea el tedioso argumentario que sus asesores le han hecho aprenderse y que busca colocar. Alsina busca hacer periodismo, y eso sí que es, en estos tiempos, toda una noticia.
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