Ayer terminó una nueva edición de la feria del libro de Madrid, evento multitudinario que atesta el Retiro de casetas, paseantes, curiosos y compradores. Este año ha estado marcada por un tiempo inestable, frecuentes tormentas y días plomizos, que puede que hayan afectado algo al volumen de ventas. En los días en los que el tiempo ha respetado, como por ejemplo este último fin de semana, la afluencia ha sido masiva y es de suponer que la facturación también. El año pasado, como preludio del durísimo verano que se nos echó encima, no llovió un solo día y los treinta grados fue la temperatura media de las dos semanas. Esta vez, todo lo contrario.
Siempre que empieza la feria comienza el debate entre entendidos sobre si estamos ante un evento literario o comercial, y se debe poner el acento en uno u otro lado. Pasear un fin de semana por allí permite ver a famosos que firman su obra, youtubers con colas enormes y, de un tiempo a esta parte, la explosión de dos géneros literarios, el de la autoayuda y el de la novela romántica juvenil, que arrastran masas de lectores y crean colas gigantescas. Quizás el sumun se vivió ayer con la presencia de Ana Obregón, que con caseta propia, suscitó más atención de la prensa y los curiosos que si se hubiera pasado por allí la reina Letizia o cualquier otra autoridad. Junto a estos fenómenos de colas enormes comparten caseta escritores de best sellers muy vendidos, como todos los relacionados con la novela negra, que también está muy de moda, y autores de carrera prolongada que cuentan con legones de fieles. Y sí, también literatos consagrados que cuentan con poca presencia de compradores, y ven la vida pasar a lo largo de las horas que están en la caseta. Hay más de uno que considera que la feria es una desvirtuación, un fenómeno de masas vulgar y carente de valor, y que debiera separarse lo que es el mundo de la literatura de todo lo demás. Esos, que así se manifiestan, y que no son pocos, ansían tiempos en los que su mundo sería una torre de marfil y ellos los sacrosantos guardianes de las llaves para decidir quién puede acceder al tempo y quién no. Es evidente que el valor literario de todo lo que se vende en la feria no es el mismo, hay joyas, cosas normales, cutrosas, de valor elevado, simplemente despreciables, etc, y en gran parte de los casos el poner estas etiquetas a los títulos que se ofertan es cuestión de los gustos de los lectores. Porque sin lectores no hay libros ni literatura. Esta frase, que es obvia, parece no haber calado en el alma de muchos que van por la vida de inquisidores, y que, evidentemente, no se han enfrentado a las ventas de sus propias obras ni al negocio editorial. El de la edición es uno de esos negocios en los que el riesgo y la suerte determinan, en gran parte, el éxito o el fracaso. Es necesario que haya títulos que vendan mucho para que una editorial pueda lanzar obras destinadas a públicos más concretos, que van a ser coste financiero en muchos casos, pero que el exceso de ventas de otras pueda cubrir. A veces, no pocas, se unen calidad literaria y ventas, y es algo a celebrar, pero muchas otras veces no es así. Para el editor, el primero de los casos es el ideal, porque le aúna ingresos y prestigio, pero en caso contrario tiene claro que del prestigio no se come ni se pagan facturas si no hay una venta que lo respalde. Muchos de esos youtubers o famosos, a los que no conozco y cuyas obras no voy a comprar, son los que permiten que las editoriales publiquen trabajos de otros autores a los que sigo y me gustan, por lo que jamás miraré con altivez a alguien que firma en la feria. Muchos se escandalizan porque a la editorial se le llama industria y tiene visión comercial, pero es que así debe ser, como cualquier otro negocio. Una editorial quebrada no publica a nadie. No debiera ser tan fácil de entender, pero sigue costando hacer verlo.
Pasear por el Retiro en la feria, a veces un ejercicio difícil por lo saturada que puede llegar a estar, es un regalo para los que nos gusta leer, porque ves a miles de personas para las que un libro, el que sea, les dice algo, les cuenta una historia que les interesa, importa y llega. Ver a esa chavalería adolescente encandilada con las obras de Mega Maxwell, Allice Kellen y otras tantas autoras escandalizará a algunos de los que no encuentran valor en sus libros, pero a mi me llena de alegría. Colas enormes de adictas a los libros que, en una tarde de verano, han decidido estar esperando para comprar un libro, conseguir una firma, charlar con su autora favorita y, luego, sumergirse en la historia. ¡Qué más se puede pedir!
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