Tras la caída de Bajmut, la guerra en el este de Ucrania ha entrado en un raro impasse en el que no se aprecian grandes movimientos de tropas. A las puertas del verano, la famosa contraofensiva ucraniana de primavera, muy anunciada, no se ve, al menos en forma de amplias unidades mecanizadas lanzadas sobre las posiciones rusas. Por el lado putinesco, la construcción de trincheras y estructuras defensivas continúa y la idea de mantener el terreno ganado a toda costa parece ser la única que es segura en la nefata dirigencia de unas tropas mal abastecidas y con poca moral. La milicia Wagner debiera terminar este fin de semana de traspasar el control de las ruinas de Bajmut al ejército regular ruso.
Lo que se ha incrementado es el intercambio de misiles y ataques con drones, no sólo de Moscú a Kiev, sino también en el sentido contrario. En esta semana la capital rusa ha sido alcanzada por algunos drones de fabricación ucraniana, que no han causado grandes desperfectos, pero sí se han convertido en la primera fuerza que la golpea desde la IIGM. Los moscovitas, muchos de ellos ajenos a la guerra, han visto como en sus cielos algo no previsto ha golpeado viviendas y sembrado el pánico. Apenas nada comparado con lo que sufre Kiev día a día, pero sí quizás lo suficiente para que más de uno se haya despertado a la realidad de la guerra que la dictadura del país ja impuesto y sienta el peligro de un frente que se mantiene a cientos de kilómetros del extrarradio de la capital. Lo que no cesan son los ataques a Kiev, tanto con misiles como con drones de fabricación iraní. Los sistemas defensivos de la ciudad, configuraos con elementos de artillería occidental de precisión, repelen la inmensa mayoría de los disparos, pero alguno puede colarse, y también es inevitable que los restos de lo que se derribe impacten contra el suelo o lo que pillen en su caída, causando daños y víctimas. Desde hace meses se viene escuchando por parte de la inteligencia británica que el suministro de misiles rusos flaquea y que se está quedando sin existencias, pero lo cierto es que unos cuantos son los que se siguen disparando a la semana, de distintas tipologías, y no parece que se vayan a acabar de golpe. De hecho, la intensidad de los ataques ha aumentado estas últimas semanas, especialmente mediante el empleo de los drones iraníes. Los efectos de esos ataques son pequeños en la ciudad, pero según varios analistas tienen otro objetivo distinto. Buscan, además de mantener el miedo en la población ucraniana, agotar las reservas de proyectiles de precisión occidentales. Por cada barato dron iraní que lanzan los rusos se emplea un carísimo proyectil occidental, dotado de controles láser y toda la tecnología que uno pueda imaginar, a un coste elevadísimo. Las lanzaderas desde las que los proyectiles se lanzan son, también, plataformas tecnológicas de primer orden, y están bien protegidas, pero no sirven para nada si no tienen munición para disparar. Los misiles que usan se fabrican en EEUU y las líneas de producción están que no pueden más. Diseñadas para producir series cortas de una munición que siempre ha sido muy efectiva pero muy poco empleada, el ritmo al que se disparan en Kiev ahora mismo es mucho más alto del que se producen, y eso va a acabar agotando los stocks de munición. A medida que esto empiece a pasar los ucranianos van a tener que escoger qué objetivo derriban y cuál no, en función del ataque que parezca más o menos peligroso, y si llega un momento en el que la escasez es seria y los suministros flaquean, el sistema de defensa aéreo de Kiev puede colapsar por, simplemente, nada que oponer frente a cualquier tipo de ataque. Ese es el objetivo que, según muchos, buscan estas insistentes oleadas rusas y, a partir de ahí, sí buscar el daño lo más mortífero posible.
En cada reunión internacional que se da, en la que Zelensky es invitado, su petición es siempre la misma: armas, armas y armas, es lo único que les puede servir para defenderse de los ataques rusos. Los suministros de la industria militar rusa no son infinitos, pero se están mostrando más consistentes que los occidentales, que tras años de ausencia de guerras de alta intensidad, se habían adaptado a conflictos asimétricos como los desarrollados en Irak o Afganistán, donde la munición de combate es de casquillo pequeño y simple, y no se daba nada de lo que estamos viendo en las estepas del este. Si es capaz de mantener este ritmo de ataques, el tiempo juega a favor de Rusia en su estrategia, y en contra de Kiev. Es decir, en contra nuestra.
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