Sí, antes que nada hay que señalar que es muy injusto que la atención mediática del mundo se haya centrado en la peripecia, concluida como tragedia, de la excursión turística al pecio del Titanic y no en los naufragios de inmigrantes que han tenido lugar en el Mediterráneo o en las costas aledañas a Canarias a la vez que el minisubmarino se hundía para siempre en las aguas de Terranova. Aún más injusto es la cantidad de medios empleados en buscar a la pequeña nave y sus tripulantes que la nada usada para si quiera rastrear la evolución de las embarcaciones cargadas de personas que se han convertido, también, en su ataúd. Cundo decimos que la vida es injusta, lo es por cosas como estas.
El Titanic genera fascinación, sigue siendo uno de los grandes mitos de la era moderna y todo lo relacionado con él consigue un nivel de atención que es difícil igualarlo. El éxito absoluto de la película de James Cameron no se debió sólo a que estaba muy bien hecha, que también, sino a que cuanta una historia narrada miles de veces, romanticona, en un entorno de tragedia no tanto provocada por el hombre como por la fatalidad. La idea de Prometeo, el orgullo humano que reta al destino y es castigado, reencarnada en un buque insumergible que se va a pique en su viaje inaugural. Como mínimo resulta llamativo. El pecio fue encontrado tarde, a finales de los ochenta, creo recordar, a unos cuatro kilómetros de profundidad, partido en dos y a no demasiada distancia del punto en el que se supone tuvo lugar el hundimiento la fatídica noche del 14 de abril de 1912. A semejante profundidad son muy pocos los sumergibles que pueden llegar, entre ellos los de la empresa que ha tenido el accidente, pero es una zona muy inexplorada, hostil a más no poder. La enorme presión del agua hace que descender por debajo de cotas de medio kilómetro sea ya una hazaña reseñable, y al fondo de los océanos, a la fosa de las Marianas, en Filipinas, a casi once kilómetros de profundidad, sólo se ha llegado dos veces, menos que a la Luna. El mundo submarino tiene su aquel a unos pocos metros bajo el agua y, a partir de ahí, empieza a convertirse en un lugar frío, oscuro y asesino sólo por el mero hecho de la presión que supone sobre lo que le rodea. La vida se va a adaptando a la profundidad y los cuerpos de los animales se empequeñecen y comprimen a medida que el fondo se hunde. En el caso que ha ocupado las portadas nos encontrábamos ante dos posibles problemas. Uno, que la nave hubiera sufrido una avería y, incapaz de volver a la superficie, hubiera asistido a la muerte de sus tripulantes tras el agotamiento del oxígeno, o que, lo que parece que ha sucedido, un fallo estructural del casco haya hecho que la presión lo pudiera reventar, implosionando y matando de manera instantánea a los ocupantes, por lo que es muy probable que apenas hayan sufrido lo más mínimo. Unos instantes para percatase de grietas crecientes, si es que se dieron en un lugar en el que podían apreciarse, y luego la compresión absoluta y el final. Los restos encontrados, unos fragmentos de cola y de algunas piezas de la nave, son compatibles con este escenario, por lo que han relatado los guardacostas y personal que ha participado en las labores de búsqueda y sabe cómo funcionan estas cosas. No hay restos humanos que recuperar del fondo abisal en el que lo que reste del submarino se haya precipitado y, ciento once años después de su hundimiento, el Titanic tiene el triste orgullo de añadir a su lista de fallecidos cinco nuevos nombres, en este caso también potentados, gente con dinero que podía pagarse los doscientos mil dólares que costaba la excursión para ver el lugar en el que gente con dinero falleció una fría y calma noche de abril de principios del siglo XX.
El Titanic es un recuerdo de que muchos de los sueños y proezas humanas sólo pueden ser llevados a cabo con grandes recursos, por los que tienen esos recursos, y que, a veces, salen mal. Su hundimiento fue una conmoción en un mundo que llevaba ya unos cuantos años de progreso tecnológico, económico y social como no se conocía y que soñaba con que la ciencia y el progreso eliminase los problemas que acuciaban a los que en ese tiempo vivían. Dos años después de ese desastre, en el verano de 1914, estallaría una guerra que muchos esperaban pero que se desarrolló de una manera que casi nadie esperaba, acabando con el sueño iluso de la sociedad y llevándole a lo que serían las horrendas décadas de los treinta y cuarenta. El barco de los sueños, lo denominaba la película, era la pesadilla para su protagonista femenina. Así es la vida, complicada.
Subo el fin de semana a Elorrio y me cojo dos días. Nos leemos el miércoles 28. Pásenlo bien y ánimo con el calor.
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