En el libro de la periodista Ana Bosch “El año que llegó Putin” se cuenta su experiencia de corresponsal en Rusia y cómo vivó momentos como el de la caída de Gorbachov y el golpe que acabó por hundir al URSS y dejó al resistente Yeltsin en el gobierno. En el texto, interesante, se menciona un concepto que para muchos es novedoso y muy difícil de comprender, que es el sentido ruso del poder, el de un poder aplastante, absoluto, ominoso, viscoso, que penetra por todas partes y se hace imposible de eludir. No tiene nada que ver con lo que en occidente entendemos por poder, y su gestión siempre está asociada a hombres fuertes, absolutos. Zares.
La gestión del poder y la sucesión de quien lo encarna es uno de los grandes problemas de las sociedades humanas. A lo largo del tiempo se han ido decantando varios modos tanto de ejercer el poder como transmitirlo, siendo el reinado absoluto y hereditario el más obvio y repetido de ellos. Hoy en día quizá sea Corea del Norte el lugar en el que más y mejor se lleva a cabo esta manera de gestionar el poder, pero lo que allí sucede pasaba hasta no hace demasiado tiempo en casi todas las naciones del mundo. Hay variantes originales de esta forma, como son las monarquías electivas, en la que el rey absoluto no cede el poder por herencia, sino que, tras su muerte, es reemplazado por otro elegido entre los de segundo rango. Así funcionaba la monarquía visigoda española y, lo sigue haciendo el Vaticano, donde tras la muerte del Papa se organiza un cónclave para elegir al nuevo rey. En las naciones occidentales hemos llegado a una solución en este tema que es bastante original y que se ha demostrado como la menos mala de las conocidas. En primer lugar, se ha limitado el poder, fragmentado, de tal manera que quien lo ejerce no puede decidir con absolutismo sobre nada, cosa que no le gusta nada a los populistas de ambos extremos. En segundo lugar, la elección de quien detenta el cargo se hace abriendo la posibilidad de decidir a toda la población, mediante sistemas de voto, cada uno con sus particularidades, de tal manera que no hay un grupo selecto que escoge. Y en el momento del traspaso de poder no existen resistencias de quien lo cede a quien lo coge. Este punto es decisivo. En el asalto al Capitolio del día de Reyes de 2021 vimos cómo el populismo trató de impedir la sucesión del poder, de romper ese consenso. Realmente los momentos en los que el presidente saliente pierde el poder y el entrante lo adquiere son los más peligrosos de todo sistema de traspaso, porque se produce no un vacío, pero sí una ausencia, una caída de la influencia de uno sin que la del otro haya ascendido lo suficiente. Las asonadas latinoamericanas se han dado mucho en estos momentos de traspaso, y quienes tratan de dar golpes lo saben. En muchas otras naciones del mundo se pueden ver sistemas formalmente democráticos pero sometidos a regímenes en los que el poder se ejerce de manera absoluta y las sucesiones se amañan. Se convocan elecciones, pero están vacías, se cubren algunas formas pero, en el fondo, la manipulación es la que domina. Son cáscaras vacías, pasos previos a las dictaduras formales, en las que el poder es ejercido de manera violenta y absoluta por quien se ha hecho con el mismo. En estos casos, la sucesión del poder es un problema en sí mismo, porque el dictador puede imponer la vía para dejarlo y pasarle los trastos a otro, pero en el momento en el que se produce ese paso el poder amedrentante del viejo dictador se evapora, y el riesgo de lucha de terceros por el trono cedido se dispara. Y entonces comienzan las guerras, las purgas y las batallas, palaciegas o civiles, que día tras día castigan a pueblos y naciones. El poder es uno de los engranajes que mueven el mundo y enloquece a los humanos. Así somos.
En Rusia la forma de gobierno es la de un aparente estado de corte occidental, con sistema electivo democrático de su presidente. En la práctica lo que existe es la posesión del poder por parte de una serie de grupos mafiosos, actualmente encabezados por Putin, que se disputan influencia y luchan soterradamente entre ellos para llevarse los recursos de la nación. Putin sabe que su posición depende del miedo que sea capaz de mantener entre los suyos, y que cuando ese miedo flaquee alguno intentará derrocarle, llevando las cosas al extremo y matándole para que no sea capaz de oponérsele nunca. Es lo que pasa en los cárteles de la droga en el día a día de sus fechorías. Con un estilo soviético y aires asiáticos, el poder omnímodo que reina en Rusia no duda en exterminar a quien sea para mantenerse. Bosch lo cuenta bien. No sabemos la suerte que tenemos de no vivir allí.
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