Ayer supimos, por boca de la portavoz del grupo de Pablemos, que el gobierno de Sánchez le ofreció una embajada a Irene Montero, la de Chile concretamente, a cambio de que dejara de hostigar al ejecutivo y que así su marcha del Consejo de Ministros fuera tranquila. Montero rechazó el ofrecimiento y Belarra, en una de sus clásicas sobreactuaciones tan impostadas, afirmó que se puso a llorar al escuchar semejante oferta. Quizás las lágrimas existieron porque ella apostaba porque algo el acabaría cayendo también, reflejando no pena sino envidia. En todo caso, ni la mujer de Iglesias es embajadora ni la portavoz del matrimonio es ya nada en la política.
Imagino cómo debió quedarse ayer algún diplomático de carrera al ver cómo se subastan las plazas, pero, sobre todo, no quiero imaginarme a algún opositor, alguien que lleva meses, años, encerrado en casa, deslomándose estudiando un temario absurdo, idiomas y un montón de cosas más, sabiendo que su esfuerzo, si recibe la recompensa de aprobar todas las pruebas y sacar una nota que le sitúe en el grupo de los escogidos, no será premiado con un destino acorde a sus capacidades, no, sino que una política de necedad más que acreditada, una incompetente en grado sumo causante de la excarcelación de cientos de violadores y pederastas le va a superar y conseguir, por mero designio digital, de dedazo, un puesto al que él, con todo sus estudios, puede que llegue tras años de larga carrera profesional. ¿Cuántos de los que están encerrados en el monástico régimen del opositor habrán pensado que todo es una mierda y que para qué están perdiendo el tiempo? Renta mucho más hacerse amigo del poder, medrar a cuenta de contactos, comilonas, fiestecillas y peloteos varios, escoger bien a qué necio que se hace pasar por tipo brillante hay que servir para garantizarse el ascenso y, desde el mundo de las oportunidades que ofrece el politiqueo, pillar un buen puesto público, pagado por el esfuerzo de todos los ciudadanos pringados que trabajan día a día, mejor o peor, para que la vidorra padre obtenida a base de inutilidad se mantenga y dure todo el tiempo posible. Esta nauseabunda actitud se da en todas las ideologías y formaciones políticas. Hace pocos años vimos el caso del pequeño Nicolás, un gilipollas listillo que embaucó a más de uno y estuvo a punto de convertirse en “algo” gracias a los contactos que logró. Afortunadamente su carrera descarriló porque era tan ambicioso como imbécil y cometió errores de bulto, pero en el mundo de la derecha, que es por donde él se movía, dio una lección de amiguismo y corruptela a escala que era bastante indicativa de cómo se mueven muchos de los que, en un momento dado, alcanzan puesto de relevancia y cargos de libre designación. La política es una tarea profesional, pero, también, humana, de constante trato personal, y a la hora de dirigir, liderar y llevar a cabo un plan político hay gente muy buena que puede tener o no carrera, estudios y bagaje. No vienen mal, no, pero si uno tiene instinto es difícil que el que no lo posee le haga sombra por mucho que estudie. Pasa algo parecido en la empresa, donde los hay con capacidad comercial, con visión de futuro y visión de negocio, hayan estudiado o no, y son capaces de poner en marcha un proyecto empresarial exitoso mucho mejor que cualquiera de los muchos que estudian en escuelas de negocio cada día. Por tanto, el ascenso de algunos que carecen de carrera estudiantil puede tener sentido en determinados casos, pero debe justificarse convenientemente y, sobre todo, si el rendimiento del ascendido no es ni el esperado ni el necesario, ser relevado lo antes posible. El daño que un parásito es capaz de causar en una organización es enorme, y la velocidad a la que sea extirpado de la misma es clave para limitar el destrozo. Pero claro, en política, hoy en día, y especialmente en nuestro país, parece que la necedad es condición necesaria para ascender y la pura negligencia lo que te condecora con un puestazo.
Hay una corriente de opinión, defendida desde algunas posiciones influyentes en EEUU, que ataca a la meritocracia porque la considera injusta, y aquí se pueden poner de corrido un montón de adjetivos tan de moda hoy en día en todo eso que se hace llamar discurso “woke”. Evidentemente Irene Pablemos, el pequeño Nicolás, Belarra, Carromero y todo ese grupo de sujetos están muy a favor de esas ideas, porque en un mundo con un poco de justicia y cierto respeto por el mérito y la capacidad no llegarían a ser nada, no conseguirían ningún cargo de relevancia y su vida sería bastante más difícil. Atacar a la meritocracia es la alternativa que han encontrado los inútiles para tratar de quitarles los puestos a los que realmente los merecen. Como el título de esa excelente novela, la conjura de los necios.
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