Parece que, finalmente, sí fueron las fuerzas ucranianas las que derribaron el avión que ayer se estrelló en las afueras de la localidad rusa de Belgorod. Según fuentes rusas, era un transporte que, además de la tripulación, llevaba más de sesenta presos ucranianos que iban a ser liberados. Según Kiev, el avión se identificó como un transporte de armamento para el abastecimiento de las tropas rusas y se decidió abatirlo. En Belgorod, que está cerca del límite de lo que eran las fronteras rusas antes de la guerra, se han producido varios ataques por parte de Ucrania y numerosos incidentes, algunos de ellos no aclarados.
Parcialmente opacada por lo que sucede en Gaza y el desmadre de oriente medio, la guerra de Ucrania continúa siendo una eficaz picadora de carne en la que rusos y ucranianos mueren cada día en condiciones nauseabundas en un escenario que es el de hace más de un siglo en la Europa central de la Gran Guerra, pero con tecnología actual que nos permite verlo y sentir en directo la repulsión que produce. Constatado el fracaso de la contraofensiva ucraniana del verano, esfuerzo traducido en avances nimios, las líneas de frente se mantienen estabilizadas, desde ellas se producen escaramuzas más o menos intensas para conquistar escasos kilómetros cuadrados de terreno y localidades pequeñas, pueblos abandonados convertidos en ruinas, mientras los soldados de ambos lados malviven en condiciones infames, en espacios heladores e infestados de ratas, suciedad y despojos. De lo más parecido al infierno que uno pueda imaginarse. El invierno en la zona, que puede ser más o menos rigurosos, pero siempre es la estación predominante, contribuye a frenar los intentos de avance y la guerra en tierra, por ahora, no parece ir a ninguna parte. Los ataques rusos se están incrementando en el frente aéreo, con crecientes oleadas de misiles y drones que se lanzan de manera coordinada contra algunas de las principales ciudades ucranianas, con Kiev y Jarkov siempre en el punto de mira, y la población civil como principal destinatario de sus efectos. El objeto de estos ataques es matar a cuantos más civiles sea posible y que el resto se mantenga en un estado de pánico que contribuya a desmoralizar el país. Abastecido por recursos materiales de China, militares de Irán y Corea del Norte, traficando con su petróleo gracias a India, China, navieras griegas y redes en las que participa medio mundo, Rusia mantiene a flote una economía de guerra en la que el gasto sobre el PIB destinado a mantener el esfuerzo bélico sigue creciendo sin que se vea la manera de que eso acabe generando un colapso de su economía. El uso intensivo de misiles muestra que ya es capaz de producirlos para reabastecer sus stocks y que construye más de los que dispara, por lo que no parece que vaya a tener problemas para utilizar ese tipo de armamento. Inicialmente importados, también parece ya ser capaz de producir drones como los que le suministró Irán en un principio, que se han demostrado como armas muy eficaces y baratas a la hora de saturar las defensas antiaéreas y causar daños en las ciudades ucranianas. A Putin la muerte de sus soldados en el frente le trae al pairo, y si necesita reemplazarlos dicta nuevas órdenes de leva y recluta a nuevas hornadas de jóvenes que han tenido la desgracia de nacer en el seno de una dictadura cruel y despiadada como la que se dirige desde los muros del Kremlin. En marzo se celebrarán una pantomima de elecciones en las que el dictador ruso será reelegido para otro porrón de años y es probable que sólo “el hecho biológico” como se decía de Franco sea capaz de acabar con el régimen de Putin. ¿Será el del Kremlin otro dictador que muera en la cama? Probablemente, aunque si no es así las apuestas son a que no habrá una revolución popular que lo destituya, sino una conspiración entre la mafia que rige el país que cambie de efigie. De momento, el maldito Vladimiro parece tenerlo todo controlado.
En el lado ucraniano las cosas no van bien. El esfuerzo de guerra sigue desangrando al país, literalmente, y allí cada vida perdida sí tiene un coste emocional y económico. Completamente dependiente de las transferencias de dinero y el suministro de armamentos por parte de occidente, el freno de las ayudas norteamericanas y la incapacidad de la industria militar europea abocan a una reducción creciente en la disponibilidad de munición y en los frentes y en los sistemas antiaéreos. Si las ayudas no vuelven con la intensidad debida Kiev no podrá mantener el esfuerzo militar demasiado tiempo. Ahora mismo el reloj corre a favor de Moscú, y si Trump llega a la Casa Blanca su victoria militar sería casi segura por el abandono de los aliados. Pinta mal.
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