Lo de morir de amor tiene su épica romántica, y hacerlo con el preludio de Tristán e Isolda puede ser el sumun de lo orgiástico, pero en la práctica es un triste final. El amor, su existencia y ausencia, es algo que marca nuestras vidas de una manera profunda, aunque a veces no seamos conscientes de ello. Sigo sin tener clara como es la vida amorosa plena, aunque reconozco que cuando uno está prendido la sensación es muy llamativa, como esa manida expresión de estar a unos metros sobre el suelo. Ya si ese sentimiento es correspondido lo metros se transformarán en kilómetros, quizás, y durante un tiempo nada será relevante. Luego habrá aterrizajes más o menos forzados, pero volar, volar, se habrá volado.
De esa sensación se pueden aprovechar algunos que buscan abusar en la herida que sea más fácil de hurgar, y en el enamoramiento las barreras se bajan hasta extremos irracionales. El suceso que se ha conocido estos días en Morata de Tajuña, con el asesinato de tres hermanos envueltos en una estafa amorosa ha causado impacto por el número de fallecidos, elevado, pero también por la manera absurda, tremendamente estúpida, vista desde fuera, de la situación que ha desembocado en tan horrible crimen. Engañadas las hermanas con un viejo timo en el que, por las redes sociales, alguien se hace pasar por un adorable jubilado que se enamora de ellas, pero que vive en EEUU y necesita dinero para visitarlas, el corazón de las hermanas solteras de Morata creyó encontrar alguien con quien llenar su vacío. Solas, a una edad en la que las oportunidades escasean y la sensación de que esto se acaba se acrecienta, picaron en algo tan inconcebible porque, ay, querían seguir enamorándose, echaban de menos a alguien que les quisiera, como nos pasa a todos, y en su ingenuidad encontraron en internet y en la foto del presunto amor trasatlántico el cariño que la vida real no les había dado. A partir de ahí, el objeto de la estafa empezó a cobrarse sus frutos en forma de transferencias de dinero a la cuenta del adorable jubilado, en un importe creciente y, cada vez, más ruinosos. Ellas seguro que pensaban que compraban la felicidad del amado, ciegas en su ensoñación, y no se pusieron a pensar en todo lo que les estaba suponiendo ese desembolso. Llegó el momento en el que se les acabó el dinero, pero no el sueño, y empezaron a pedir prestado, y a partir de ahí el cuento de príncipes y princesas rana se transforma en una historia tipo Scorsesse con prestamistas, chantajes, impagados, amenazas y miedo. El final de este tipo de historias suele ser más o menos sangriento, pero todos ellos comparten un drama y, habitualmente, algún cadáver. En este caso más de uno. La investigación, aclarada por la confesión de un sospechoso de haber sido él el asesino de los tres hermanos, dilucidará los detalles de todo lo sucedido y la secuencia de pagos y amenazas, y el cómo las víctimas se empezaron a preocupar más de lo que debían que del amor que esperaba allende los mares. Con el tiempo no descarten que se elabore una miniserie con toda la trama, en la que se conjugan varias de las pasiones que arrebatan a la audiencia, incluyendo un dramático final en forma de atestado criminal de esos que llenan de cintas los barrios impidiendo el traspaso de los curiosos y los que se hacen pasar por periodistas para luego contar en televisión detalles macabros y sacar su particular tajada del suceso. Tertulias, opinadores, expertos… el tema da para mucho y la producción televisiva recalcará el morbo del crimen, el miedo creciente de los hermanos, las llamadas nocturnas de los prestamistas chantajeando, todo muy de noche, sombríamente, lleno de malicia. Peliculón al canto, seguro que la incluyen en la lista de las ciento treinta cosas que no puedes dejar de ver la semana en la que se estrena para no seguir siendo un enteradillo.
No me interesa para nada esa trama, me da igual, es la misma de siempre. Me interesa, y mucho, lo anterior, lo que las lleva a pedir dinero, lo que realmente las enloquece, que es su enamoramiento, su soledad, su necesidad de querer y ser queridas, su angustia infinita por el vacío en el que viven y que no son capaces de llenar con nada ni con nadie de los que se encuentran en su entorno: Quieren que alguien las abrace, las quiera, las ame, las sobe, las folle, las sobe, las arrope, las acueste, las comprenda, las escuche, les haga sentir importante, les de la sensación de que están vivas. Y en la soledad de su casa no hay nadie, nada, el vacío, al igual que en el fondo de su corazón. Y entonces se agarran a un perfil falso de internet como si fuera el último salvavidas que pudiera evitar que se ahoguen para siempre en su soledad.
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