Es difícil comparar, y criticar, a otros gobiernos dada la incompetencia de lo que tenemos nosotros, pero es verdad que por ahí fuera suceden cosas raras que, me da la sensación, antes no pasaban, y si se dan en naciones que se toman por serias a sí mismas qué esperar de nosotros, que no dejamos de insultar a nuestra propia figura. Últimamente EEUU está haciendo unas cosas que no son muy habituales, y no sólo me refiero a la siniestra figura de Trump y todo lo que le rodea, sino a cierta sensación de falta de profesionalidad en los que se encargan de regir la policía del país más poderoso del mundo, que cuenta con un ejército que nos arrasaría a todos los demás. Imprudencias gestionando ese poder no se pueden consentir. Ni una sola.
Se ha sabido ahora que, durante varios días, desde el 1 de enero, el secretario de defensa de EEUU, Lloyd Austin, el jefe del Pentágono, ha estado en coma inducido en un hospital militar en Washington sin que nadie, empezando por el presidente Biden, lo supiera. Al parecer, todo esto dentro de las dudas que rodean el cargo, Autin se sometió a un chequeo médico poco antes de navidad, sin que trascendieran consecuencias de ningún tipo, pero a finales de año empezó a sentirse mal, no se sabe por qué, y fue ingresado. Al parecer ahora ya está recuperado de lo que fuese, pero recalco el “al parecer” porque no hay información fiable al respecto. Durante esos días en los que estuvo incapacitado para el cargo su mando se traspasó al adjunto en el departamento de defensa, pero nadie más fue informado de que se estaba produciendo una situación así. La Casa Blanca, el gobierno de ese país, se enteró por los rumores que empezaban a circular por los medios y ha acabado admitiendo que del 1 al 4 de enero no sabía que el altísimo cargo del gobierno no estaba para nada, que carecía de información alguna sobre su estado, y que ningún tipo de comunicación se había producido entre el gabinete del secretario de defensa y el equipo gubernamental de Biden. Con dos guerras desatadas en dos puntos muy calientes del mundo, con acciones militares llevada a cabo por las tropas norteamericanas en zonas delicadas, ¿Cómo se ha gestionado la cadena de mando? ¿Hay documentación que respalde el traspaso de poderes temporales dentro del departamento de defensa? ¿era pleno ese traspaso? ¿cuándo alguien llamaba al pentágono y recibía una respuesta de mando, quién la emitía? Uno se puede empezar a hacer preguntas de todo tipo y, a medida que se acumulan, la sensación de desconcierto crece. Los republicanos, que no necesitan nada para atacar a Biden, encuentran aquí un nuevo filón para denunciar el lamentable estado de gestión del gobierno, pero esta vez también representantes demócratas han salido a la palestra para expresar su extrañeza por este episodio, para considerarlo como grave, y para pedir explicaciones detalladas de qué es lo que ha pasado y cómo de mal se han hecho las cosas. En sus comunicados oficiales, pillada en un buen marrón, la casa Blanca opta por el cierre de filas, minimizar lo sucedido y respaldar a Austin, lo que es una manera de tratar de echar balones fuera ante un problema que no ha sido capaz de gestionar. El propio Austin, sin que se le siga pudiendo ver en público, ha sacado un comunicado admitiendo que ha gestionado mal el asunto y que debió informar a sus superiores de que su situación incapacitante lo era tal, para que estuviesen al tanto y obraran en consecuencia, y que en todo momento pudieran gestionar la información de la mejor manera posible. El escándalo en EEUU es considerable, dada la relevancia del cargo implicado, del momento militar global que se vive y la situación de lanzada precampaña en la que se convierte la totalidad del año electoral presidencial. El fallo de la administración Biden ha sido grave y las excusas para ocultarlo, muy débiles.
Y todo este asunto de salud se produce en medio del gran revuelo que existe en ese país por la edad de los candidatos a la presidencia. Trump lo que quiere intentar al final de la setentena y Biden se presenta a la reelección a los 82 años, siendo ese su principal hándicap para gran parte del electorado. La sensación de que una gerontocracia anquilosada y falta de capacidad gestiona la nación existe en parte del electorado norteamericano, y por ello, las malas maneras de afrontar esta crisis, de salud personal, son un toque de atención muy serio para una campaña demócrata en la que la propia fragilidad que exhibe Biden en muchas de sus apariciones hace peligrar cualquier posibilidad de gobierno estable. Buen gol en propia meta es lo que acaban de cometer los demócratas.
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