Mientras el humillante desgobierno que padecemos se dedicaba a trasgredir nuevamente la más elemental de las éticas para que los sediciosos estén libres de todos los cargos, terrorismo incluido, se celebraban en el pequeño estado de New Hampshire las primarias entre los candidatos a la presidencia de EEUU. Este es el primer sondeo oficial verdadero y, como se esperaba, ha ganado Trump, con un margen no escandaloso, 54,8% frente al 42,2%, pero dado que esta era una de las elecciones en las que Haley contaba con más opciones es de esperar que en futuros estados ese margen se amplíe. Ella no se retira de la campaña, pero el resultado final parece estar bastante claro.
A partir de aquí debemos empezar a pensar en la siguiente “pantalla” y tratar de imaginar cuáles son las opciones reales de que Trump vuelva ser elegido presidente de EEUU el próximo 4 de noviembre. Este va a ser uno de los temas del año, y ya les aviso que les voy a dar bastante la plasta con él. Una elección norteamericana es un espectáculo en muchos sentidos y una larga carrera de fondo en la que, hasta que termina el recuento, nada está decidido, y todos sabemos lo largo y complicado que puede ser el escrutinio. Puede haber sorpresas hasta la última hora, por lo que hay que ser prudentes, pero a día de hoy, con lo que dicen las encuestas y la percepción, un nuevo enfrentamiento entre Trump y Biden puede saldarse con una victoria del magnate y su vuelta al despacho oval, lo que sería todo un terremoto global. Conviene ir haciéndose a la idea de que un escenario así es perfectamente posible y de que debiéramos estar preparándonos para él, especialmente zonas del mundo como Europa, que saldríamos muy perjudicadas en el caso de que un Trump vengativo volviera al poder. Durante su primer mandato ya vimos lo que puede ocasionar una manera de gobernar caótica, ruidosa, sectaria y llena de odios, algo en lo que Puigdemont y otros amados socios del desgobierno son expertos, por lo que no debiera sonarnos extraño nada de todo eso. La principal diferencia es que la alianza entre Puchi y el mentiroso de Sánchez sólo tiene capacidad para destrozar nuestro país y nuestra democracia, mientras que Trump, desde el despacho con más poder del mundo, puede causar daños globales sólo con la mera actitud que pueda llevar como estilo de hacer las cosas, independientemente de lo que haga. Un Trump insultante, que quiera poner coto a las limitaciones del poder presidencial para garantizarse inmunidad, que sueñe con ser un minidictador desde la Casa Blanca pone los pelos de punta, por no pensar en las consecuencias que tendría su inmediata rendición ante Putin, al que admira y envidia, en el desarrollo de la guerra de Ucrania, lastre enorme en el este para una UE que está sumida en una crisis sistémica aunque se niegue a reconocerlo. Sin el paraguas defensivo de EEUU, no sólo ya por la falta de suministros militares, sino directamente con un discurso en el que la OTAN sería desautorizada por su principal miembro, quizás incluso abandonada, la defensa y seguridad europea recaería por completo en los incapaces sistemas militares de cada una de nuestras naciones, por lo que para enemigos como Vladimiro la tentación no tanto de invadir más naciones, como de lanzar pulsos y amenazas a todo el flanco este de la UE sería algo tan sencillo como efectivo. Sin el tío Sam la UE no posee una capacidad de disuasión efectiva, por mucho que una de sus naciones como Francia tenga armamento nuclear y otra vecina, Reino Unido, no de la UE, también disponga del arma definitiva. Hay muchos análisis sobre las posibles consecuencias económicas de una nueva presidencia de Trump marcada por el aislacionismo y el proteccionismo a ultranza, y el golpe que eso le puede suponer a naciones eminentemente exportadoras como Alemania, que llevan ya tiempo en crisis por el estancamiento del comercio internacional, pero el plano geoestratégico es, si cabe, aún más inquietante dado como están las aguas militares globales.
Por encima de todo, la victoria de Trump es la derrota de un concepto de democracia y de gestión de las élites que lleva funcionando décadas en occidente, y que está empezando a ser superado por movimientos populistas irracionales que gana adeptos a base de mentir y mentir sin reparo alguno (¿se acuerdan de que hubo una ve un partido llamado PSOE?). Una victoria trumpiusta es, también, un fracaso de Biden y de la visión del partido demócrata, que también está corroído por graves peleas internas y sólo un anciano con aspecto senil es capaz de darle una cierta unidad en tiempos duros. Trump en Washington exacerbaría la división de la sociedad norteamericana y la llevaría a grados de tensión desconocidos, y peligrosos. Debemos plantearnos muchas preguntas a lo largo de este año.
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