Cada lanzamiento espacial es un acto lleno de esperanzas y riesgos, sobre todo de estos últimos. Sigue siendo una tecnología algo precaria que se enfrenta a un entorno totalmente hostil en el que un fallo, uno sólo, puede ser el último. Lo que está logrando SpaceX al convertir en rutina lanzamientos con sus Falcon para colocar satélites en órbita baja, con una fiabilidad casi absoluta en todo el proceso hasta la recuperación de la primera fase es algo excepcional, y conviene no confiarse, porque el desastre puede estar siempre al acecho. Desde que el cohete se pone en marcha las cosas pueden torcerse mucho más de lo que uno imagina.
A principios de este año la NASA lanzó la misión Pregrine, uno de los frutos de su programa de colaboración con empresas privadas para crear misiones pequeñas, de coste controlado, destinadas a testar tecnologías y que, de paso, produzcan resultados científicos y de promoción de la carrera espacial. En este caso el objetivo era aterrizar un módulo en la Luna, uno pequeño, dotado de algún instrumental científico y óptico, e incluso un rover de juguete que pudiera salir y pasearse por ahí. La idea era demostrar la capacidad de llecgada al satélite y el proceso de alunizaje, que es muy difícil, y si todo iba bien, lanzar más sondas similares para que sirvan de utilidad al programa Artemisa, cuyo fin es volver a llevar humanos al satélite. La misión, lanzada con el nuevo cohete Vulcan de la empresa ULA, participada por Jeff Bezos, de Amazon, tenía cuatro fases críticas; el propio despegue y la inserción de la misión en órbita baja, la ignición de una fase posterior que llevase la sonda y equipamiento auxiliar a una trayectoria de contacto con la Luna, el frenado e inserción dentro de la órbita lunar y todo lo relacionado con la separación de la sonda de su nodriza auxiliar y el descenso a la superficie del satélite. Todas las misiones lunares son similares, y en las que hay componente tripulado se complica mucho más, entre otras cosas por el soporte vital necesario para mantener viva a la tripulación y luego hay que hacer una secuencia similar para el viaje de vuelta. En misiones no tripuladas al menos el viaje se acaba cuando se llega allí, cuando el objeto es ese. Recordemos que hace año y algo China consiguió el gran logro de una misión robótica de ida y vuelta que logró traer muestras hasta aquí en lo que, sin duda, fue un hito tecnológico de primera magnitud. Pues bien, el lanzamiento de Peregrine se desarrolló sin incidencias significativas y el cohete Vulcan realizó su trabajo correctamente, depositando el resto de la misión en la órbita baja. A partir de ahí, tras unas comprobaciones sobre el estado general de los sistemas, se debía dar paso a la segunda fase del vuelo, el abandono de la órbita baja y la inserción en una trayectoria de aproximación a la Luna, pero desde el control de la misión se empezaron a detectar anomalías, no en la sonda y su sistema auxiliar de alunizaje, sino en el encargado de realizar esa segunda maniobra. Se detectó una pequeña fuga de combustible en los tanques de propergoles, oxígeno e hidrógeno criogenizados, que son los que se queman en los cohetes para generar el impulso, y al poco tiempo la dimensión de la fuga resultó ser lo suficientemente severa para, con los cálculos correspondientes, determinar que no había el suficiente combustible como para llegar a la Luna. La misión ya no podía alcanzar su destino. Imagino carreras, nervios y preocupación en todo el equipo de trabajo ante un señor problemas. Se intentaron algunas cosas desde el control de Tierra, que son capaces de arreglar unos problemas, pero no todos, desde luego, y con el paso de las horas quedaba claro que no se podía hacer nada. Peregrine no iba a alcanzar nunca la Luna y toda su tecnología se iba a convertir en algo inservible.
Como la órbita en la que estaba colocado todo el complejo tras la primera fase se diseñó como meramente instrumental, un aparcamiento temporal previo a la segunda fase, es más baja que la de los satélites convencionales o la Estación Espacial, que están a unos 400 kilómetros de altura. Sin cohetes que le sirvan para mantenerse en ella, porque no estaba pensado que lo tuviera que hacer, el complejo Peregrine comenzó el proceso de decaimiento que le llevará los próximos días a una reentrada descontrolada en la que se chamuscará completamente al rozarse a muy alta velocidad con las capas bajas de la atmósfera. Todo se destruirá, y la misión se habrá perdido. El espacio puede ser tan bello como cruel.
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