Este pasado Sábado, a propuesta de una amiga que me visitaba, fui por primera vez a un ballet. Concretamente “El Lago de los Cisnes”, interpretado por una compañía de San Petersburgo. Además, quiso la casualidad que la lado nuestro se sentó una pareja que hablaba con marcado acento eslavo, por lo que fue una noche muy rusa. Iba yo un poco temeroso ante el espectáculo, porque no había visto nunca una representación completa y temí aburrirme. Además suponía que íbamos a estar cuatro gatos en el teatro, pero, afortunadamente, no acerté en nada. El teatro estaba completamente lleno y la obra me acabó gustando.
Es cierto, no voy a negarlo, que se hace difícil seguir la acción en una forma como está, en la que la música suena enlatada, y los artistas “sólo” bailan. En los primeros compases, pese a haber leído en el folleto adjunto a la entrada la trama de la obra, no tenía nada claro que era cada personaje que estaba en el escenario, que entraba o salía. Luego, a medida que el argumento se volvía más consistente, también la acción y los intérpretes eran más reconocibles. Eso sí, en los primeros minutos uno se queda un tanto desconcertado, porque los que salen a escena se mueven, giran y saltan pero ni cantan ni interpretan instrumentos. Una cosa un poco confusa. Pero es admirable ver como saltan, y como se contorsionan, no sólo sobe sus frágiles puntas de los pies, sino lo que hacen con todo su cuerpo. Fascinado me tuvo un momento en el que un grupo de bailarinas, que hacían de cisnes, se quedaron unos diez minutos impertérritas en una postura muy incómoda, mientas que los principales protagonistas hacían números. De estar yo un minuto en esa postura tendría dormido todo el cuerpo.
Al final la representación fue un éxito, en baile y en escenografía. Sobria, discreta, pero muy eficaz, y nada distorsionante de la acción principal. Aplaudimos mucho y nos fuimos de allí bastante satisfechos después de haber visto lo que mi amiga, creo que acertadamente, definió como una especie de extraño cuentos de hadas para mayores. Si Tchaikovsky lo hizo magistralmente en la partitura, no fueron perores los bailarines que el Sábado se pasaron casi tres horas delante nuestro, sudando la gota gorda y haciéndonos disfrutar.
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