¡Qué grande es Juan Manuel de Prada! (en muchos sentidos) y que feliz me ha hecho tras publicar el artículo de este Domingo en la revista XL Semanal que distribuyen los periódicos del grupo Vocento los fines de semana. En él se recrea Prada en sus fantasías en el metro, en lo mucho que le gusta este medio de transporte, y las historias y caras que allí se ven y, como no, las señoritas guapas que por allí pululan. Creía que yo era un persona extraña por tener una afición muy similar, pero veo que no, que somos varios los que disfrutamos no sólo de esa vida subterránea, sino de las vidas que, sin cesar, por allí pasan. Todo un lujo la compañía que tengo.
Y es que el metro de una gran ciudad, como Madrid, es un mundo en si mismo, con su fauna, sus zonas calientes y frías, sus lugares de moda y esquinas olvidadas, su casco viejo y ensanche, etc. Y está lleno de gente. En un viaje que hice hace dos años a Washington DC con un amigo, al meternos al metro le comenté que tuviese en cuenta que, muy probablemente, nunca volvería a ver ninguna de las personas que le acompañaban en el vagón. Sería su primera y última oportunidad de verlas, de adivinar a través de sus miradas que sentían, de estar rodeado por esas vidas, llenas de alegráis, tristezas y deseos y, sin duda, de experiencias de las que aprender y poder compartir. Aquí pasa algo similar. Es cierto que, teniendo un horario regular, sobre todo de entrada por la mañana, hay gente que reconoces y que ves diariamente (los suelo denominar los “habituales”) pero la inmensa mayoría no lo es. Y esa sensación me parece muy extraña, la de estar rodeado de gentes que no conoces y que nunca vas a conocer, hombres o mujeres, jóvenes o mayores. Es algo curioso, y me despierta, como al bueno de Juan Manuel, la imaginación. ¿En qué estará pensando ese señor que mira cabizbajo el suelo? ¿de qué reirán aquellas dos chicas? ¿por qué está triste ese anciano que se sienta en al esquina, junto a la puerta? Millones de preguntas que nunca tendrán respuesta.
A veces la red también sirve para jugar. Sale uno de una estación indeterminada y prueba a dar saltos, cambiando de líneas y sentido de manera aleatoria, para no ir a ninguna parte, sólo moverse, viajar y ver, ye es una experiencia muy interesante. La he probado en las redes de Madrid, Londres y Nueva York, y es una forma de ver la ciudad distinta a la habitual, pero que ofrece una imagen muy real y necesaria. Dan tentaciones muchas veces de saber en que parada se bajará esa preciosa mujer que le arrebató a uno la respiración cuando entró en el vagón hace dos estaciones, pero quizás sea mejor no desvelar ese misterio, que se pierda en el túnel una vez que baje, que siga en la oscuridad..... Muchas gracias, Prada.
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