jueves, agosto 17, 2006

Supervivientes

Tras voraces incendios como los habidos en Galicia la semana pasada se pregunta uno qué es lo que puede sobrevivir a semejante destrucción, qué no se ve afectado, dando por sentado que algo ha salido vivo de allí, y huelga decir que no han sido los árboles. Pues, como en todas las cosas de la vida, hay seres que no se ven muy afectados por estos desastres. Es más, parecen ser grandes beneficiarios. Y no estoy pensando en constructores, madereros y gerentes de papeleras, no, hablo de alimañas más pequeñas en tamaño, pero no en codicia y falta de escrúpulos. Lamentablemente lo pude descubrir ayer muy cerca de mi casa.

Allí, al lado del jardín anexo a mi bloque, cruzando la carretera, se extiende una hondonada abandonada circundada por un camino polvoriento que desemboca en una especie de colina artificial, probablemente creada en el momento de la edificación del barrio con restos de escombros y excavaciones. Si se sube uno a la colina (y no se cae) se ve un paisaje de Madrid bastante bonito, amplio y sugerente. Todo el terreno está lleno de matorral y hierbas altas, que se han secado en este tórrido verano. Ayer por la tarde fui para ver si se acercaban nubes y, horror, todo estaba chamuscado. Al parecer alguien, durante el puente, había prendido fuego a la colina y a parte de la hondonada, y aunque los caminos quedaban libres, el resto estaba negruzco, arrasado y plano, con apenas algún esbozo de árbol asomando e medio del erial. Me dio mucha pena verlo así, aunque es cierto que no había nada de gran valor ecológico que unas pocas lluvias (si caen algún día) no pueda hacer brotar de nuevo. La cuestión es que, ante la falta de nubes entrantes, mire a mi alrededor, pensé en lo de los fuegos y los supervivientes y allí, en medio del erial no encontré uno, sino miles de ellos. Miles de enormes y afanadas hormigas.

Sí, hormigas. Decenas de hormigueros afloraban a la luz en los caminos y sus laterales, y ejércitos de hormigas salían de las cenizas portando ramas chamuscadas y otras cosas igualmente desagradables y aparentemente inútiles. Me asombró un hormiguero en el que los individuos, dotados de un enorme culo rojo (no conozco mucho al morfología de una hormiga, pero aquellas eran muy grandes) habían diseccionado una especie de piña y cada uno llevaba unos tirabuzones, como si fuesen espirales de pasta. Había un trajín en el hormiguero semejante al que puede haber ahora en Benidorm, y era evidente que, bajo tierra, había una fiesta enorme, celebrando la cosecha y, como diría el general hormiga, el nuevo terreno ganado por nosotros, los insectos, a esa especie de bichos grandes de la superficie, que van destruyendo su territorio y nos lo regalan.

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