Muy curioso, y propio de la crónica negra de este país es lo sucedido en el pequeño y remoto pueblo oscense de Fago. Miguel Grima, alcalde de dicha localidad de 37 vecinos, fue asesinado el pasado fin de semana, al parecer por disparos de escopeta. Ello ha motivado que todos los vecinos del pueblo hayan sido interrogados al respecto, hecho nada complicado dada la escasa población. Parece que todos son sospechosos y toso niegan haberlo hecho, aunque todos afirman que alguna rencilla había, pero todos recalcan la nobleza del alcalde, reelegido por casi todos en varias ocasiones. Todo un lío, sí.
La verdad es que en los pueblos pequeños todo el mundo se conoce. Prácticamente es lo que ocurre en mi Elorrio natal, y eso que sus escasos siete mil habitantes (cada vez más escasos, que pena...) le dan la dimensión de metrópoli en comparación al citado Fago. Es por ello que seguramente todos los habitantes sabrán que es lo que realmente ha ocurrido, y seguro que cuado la policía detenga al autor del crimen empezará a decir que ya lo veían venir, porque el señor Grima (apellido con coña, la verdad) ya había tenido problemas con el señor X, su asesino, por unas tierras, unos árboles, unas perdices capturadas sin permiso o asuntos similares. Y es que cuando X haya caído ninguno de los vecinos será sospechoso y su lengua se soltará milagrosamente. En Galicia, zona llena de pedanías y lindes confusos, los ajustes de cuentas son frecuentes por aspectos aparentemente triviales, aunque no lo son tanto para gente que, sola, a veces aislada, y a merced de una naturaleza que puede ser muy cruel, sobrevive y desarrolla su vida en un medio marcado por sus posesiones naturales. La parcelación de las tierras en pequeñas superficies, delimitadas por muros y cercas, el tradicional bocage del norte frente al openfield castellano de extensiones sin límite, acentúa el derecho de propiedad, y mover un metro un muro puede ser la causa del inicio de una cruenta guerra familiar, que a veces se extiende por generaciones enteras.
Lo que me hizo prestar atención a este suceso, ya que habitualmente obvio bastante la pesada y abundante crónica negra, es el parecido del nombre del pueblo, Fago, con el de la localidad que da nombre a esa maravillosa película de los hermanos Cohen, Fargo. Allí, en un ambiente de cine negro dominado por el blanco helador del crudo invierno de Dakota del Norte, también se comete un crimen, en medio de desoladas planicies y seres que pululan en la nada. Una gran sargento de policía, despistada, con aire de ingenua pero sagaz hasta lo indecible acaba descubriendo el crimen, en este caso producido por oscuras tramas de gente de ciudad. A ver quién interpreta en esta versión hispana el papel que dio el Óscar a Frances McDormand.
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