Ayer tuve la oportunidad de visitar a una amiga, anterior compañera de trabajo que, tras dejarnos y pasar un muy interesante periplo vital, ha sacado las oposiciones de grupo C para técnico de biblioteca y está esperando destino desde la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid. Con ella puede ver el campus, enorme, disperso y típicamente diseñado en una época española, sesenta – setenta del siglo pasado, en la que el gusto, el estilo y la elegancia eran abandonados en aras de un funcionalismo ramplón y que ha envejecido muy mal. Cuando volvíamos a Madrid pasamos por la Biblioteca de Humanidades, y pasee un rato por sus pasillos viendo las montañas de libros y los estudiantes apelotonados entre ellas.
Cuánto tiempo he pasado en una biblioteca universitaria, concretamente en la de mi bilbaína Facultad de Económicas de Sarriko, en su depósito de libros y en la numerosas salas de estudio que proliferaron como setas cuando surgió al moda de estudiar en al Facultad en vez de en casa. Reconozco que no sólo estudié allí, sino que muchas veces me lo pase en grande, disfrutando de buena compañía, magníficos amigos, y vecinas de mesa que quitaban el hipo. Porque en esos lugares se estudiaba, sí, pero también se mantenían relaciones sociales, se hacían fichajes, se tomaban cafés y se hablaba de lo divino y lo humano. Aprendí mucho en ellas y guardo un gratísimo recuerdo de esos tiempos. Por lo que pude apreciar ayer hay cosas que no han cambiado, ya que sigue habiendo mucha más gente que plazas disponibles, mucho mirón dando vueltas por los pasillos, varios abstraídos en sus apuntes y portátiles (esto no lo había en los noventa, al menos en Bilbao) y, como era de esperar, muchas chicas que siguen quitando el aliento, e intuyo que contribuyendo al llenazo de estos locales. Dado que vivía fuera de Bilbao, y que nunca me ha gustado hacer sobreesfuerzos nocturnos, no probé la experiencia de las salas de estudio abiertas día y noche en la época de exámenes, pero intuyo que debía ser interesante, o al menos esas son algunas de las sensaciones que me transmitieron algunos que si lo hicieron. Lo que me tocó mucho fueron las carreras para ocupar sitios, a eso de las 7:50 AM, y como había profesionales de la reserva que, tras realizar su trabajo primorosamente, se tomaban el descanso del guerrero, a veces hasta las 10:00 AM. La gerencia de la biblioteca espabiló ante al picaresca, y empezó a vaciar los sitios que estuvieran ocupados pero sin gente a la hora en punto, algo similar a la OTA con el tráfico, y las escenas de carreras y agobio de los “estudiantes” eran de antología.
Poco puedo recordar hoy de eso, entre otras cosas porque las obras de reforma de mi facultad han parcelado la sala de estudios originaria en tres aulas de informática, cargándose el lugar de estudio de mi carrera. Es cierto que en dichas obras se erigió una biblioteca circular de cuatro plantas que alberga un depósito digno de tal nombre, pero el encanto que tenía la sala original cuando empecé la carrera se ha perdido, y cuando lo vi este Diciembre me apené. Tengo alguna que otra foto sacada a finales de los noventa de dicha sala, pero tendré que rebuscar a ver donde se encuentra, en que depósito, silo, balda o anaquel las he dejado....
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