La tragedia causada por la sinrazón terrorista de ETA nos ha amargado el fin de año a todos. Era difícil abstraerse de las imágenes de Barajas, tan parecidas a algunas que llegan de barrios irakíes arrasados o a manzanas derruidas del Líbano. Me ha impedido, entre otras cosas, empezar el blog este año saludando y felicitándolo a todos los lectores, cosa que hago ahora, y hablando de algunos temas navideños que tenía pendientes. A ver si esta semana saldo uno o dos de ellos, y como la actualidad manda, iré a por el más importante, que es el de los reencuentros navideños.
Esto viene a cuento de que en esta vida azarosa, agitada y de agendas repletas es casi imposible encontrar huecos en los que poder reunirse y coincidir con aquellos amigos, que, encontrados, creados o hallados a lo largo del ciclo vital de cada uno, están a veces a una gran distancia física, pero nunca emocional. Estas fiestas, y el interludio de días vacacionales que poseen, permiten reuniones, citas y encuentros para poder celebrar la amistad existente. En los días que van del martes 26 al Sábado 30 tuve oportunidad de “fabricar” estos encuentros, y que bien me lo pasé. Comí en Bilbao con tres amigos, tres grandes personas de esas pocas de las que uno puede estar orgulloso y honrado de conocer, que me conocen quizás mejor que yo mismo, y que bien haría en seguir sus consejos más a menudo de lo que lo hago. Tuve ese Martes y el posterior Miércoles el enorme placer de poder profundizar un poco más en sus muy interesantes vidas, disfrutar de sus moradas (y sus soberbias vistas) y reencontrarme con sus parejas, seres queridos donde los haya. Del 28 al 30 disfruté de la siempre agradable compañía de amigos míos de Elorrio, dándose la coincidencia de que el Sábado 30 tuve que escoger entre dos importantes citas a la misma hora, porque a veces el conocer a mucha gente hace que uno no tenga huecos para todo. Comí a gusto y feliz, y pasé una divertida nochevieja entre amigos en una compañía inmejorable. ¿Qué más se puede pedir a unos días de vacaciones? Ciertamente no me he ido a esquiar, ni al caribe, ni he estado en un macrocotillón carísimo, ni nada de lo que se estila habitualmente en estas fechas, pero he disfrutado plenamente de lo que he hecho y de la gente con la que he estado, y eso si es Navidad.
Al hilo de todo esto se me ocurría, a medida que pasaban los días, como funciona este mundo misterioso de los amigos. Es decir, lo que antes mencionaba de pasada sobre si los amigos te los encuentras de casualidad, a lo largo de la vida y milagros de cada uno, los fabricas en función de tus gustos personales o, no se sabe porqué, salen a tu encuentro. No tengo respuesta para ello, aunque intuyo que las particularidades personales de cada uno influirán mucho a la hora de adaptarse con su semejantes, pero si me di cuenta de lo orgulloso que me siento de conocer a tanta gente y tan buena, la aquí referida y otros muchos queridos, en un mundo y una época en la que la bondad, la entrega y la generosidad personal están muy de capa caída. Que enorme patrimonio se me ha dado, que gran responsabilidad.
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