jueves, enero 11, 2007

Viajes al espacio

El gran científico Stephen Hawking ha expresado su voluntad de viajar al espacio y ser así un nuevo turista espacial. Sí, como suena. Aunque no vaya a ser en un trasbordador de la NASA, sino en una de las naves promovidas por el millonario Richard Branson, dueño del imperio Virgin, que a través de su nueva división de viajes espaciales (esto no es broma) pretende realizar vuelos suborbitales a una altura de 100 kilómetros a partir del año 2009. El coste del pasaje es de 150.000 euros, y parece ser que ha hay bastante gente apuntada. La cosa es que la idea me seduce profundamente, y si pudiera apuntarme (y dispusiera de ese dineral, claro) lo haría en el acto, pero el caso de Hawking es especial, muy especial.

Todos tenemos en la memoria la imagen de Hawking, postrado en su silla de ruedas, con una cabeza ladeada y llena de ideas complejas y revolucionarias, que se expresa a través de una mirada perdida, hablando mediante un sintetizador en una especie de simbiosis hombre máquina jamás vista con tanta difusión y éxito. Yo puedo presumir, porque creo que es de esas cosas de las que uno puede enorgullecerse, de haberle visto en persona, aunque ciertamente por casualidad. Fue la mañana del Martes 12 de septiembre de 2006. En mi viaje a Inglaterra me fui de excursión a Cambridge con la idea de visitar la capital del King’s College, auténtica joya del gótico inglés, que es tan deslumbrante como prometía serlo, y de paso disfrutar de la belleza de los colegios, residencias universitarias, ríos y meandros boscosos de esa muy bella ciudad. Llegué a eso de las 11:20 y, tras salir de la estación de autobuses, atravesé la zona de edificios nuevos para dirigirme al casco antiguo, con la capilla del King’s ya ante mi. En esa misma calle, bajando de la acera, había una mujer empujando una silla de ruedas muy grande y, sobre ella, estaba Hawking, cubierto con una burda manta, casi asomando la cabeza. Al poco apareció un monovolumen adaptado para minusválidos, abrió la puerta trasera y, sirviéndose de una rampa desplegable, la asistenta introdujo al genio en su cobijo. El vehículo cerró sus puertas y se fue calle abajo. Y allí me quedé yo, admirando mi suerte por haber podido ver a un genio como Hawking, sintiéndome cerca de una persona que ha cambiado nuestra visión del mundo en muchos aspectos.

Porque Hawking no sólo es un magnífico científico y divulgador. Sólo por eso ya pasaría a la historia. Además, confinado y postrado en un cuerpo destruido por un tipo extraño de esclerosis, ha mostrado una voluntad y un tesón ante su enfermedad que sirve de guía, consuelo y recuerdo a los que la sufren en todo el mundo, y a todos aquellos aquejados de dolencias graves y, puede que, irrecuperables. Hawking no sólo ha probado la existencia de los agujeros negros, sino que ha puesto en evidencia que hasta la muerte no hay final, que la desesperanza no es camino y que la voluntad lo puede todo. Un ejemplo insuperable de fortaleza inaudita sita en la mayor de las debilidades humanas. Puede que si viaje al espacio sea como el retorno al hogar de una estrella que siempre estuvo en el firmamento. Que bonito....

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