Menudo revuelo que han armado las imágenes de los calcetines rotos de Paul Wolfowitz, actual presidente del Banco mundial, que todos pudimos ver cunado se descalzó para entrar en la mezquita Selimiye de Estambul. Traje de diseño, puesto de relumbrón, responsabilidad mundial ante las finanzas y el conjunto de poderosos de todas partes, y resulta que el emperador iba desnudo, el presidente tenía los dos calcetines rotos, una anécdota curiosa y mordaz, que demuestra lo crueles que pueden ser los medios de comunicación con le poder, pero me da la impresión de que no se le ha sacado todo el jugo posible.
Alguien se preguntará quién es este Wolfowitz. Alto, canoso y con apellido impronunciable, el polaco de origen Paul Wolfowitz ha formado parte del grupo de ideólogos que han desarrollado el denominado pensamiento neoconservador norteamericano, que llevó a Bush al poder, y que con su presidencia adquirieron el mando de la superpotencia, aupados por, entre otros conceptos, el denominado fin de la historia, idea desarrollada por el politólogo Francis Fukuyama. Junto a Wolfowitz destacan personas como Karl Rove, John Ashcroft, Richard Pearl o Donald Rumsfield, caído en desgracia en estos momentos, pero que nada más acceder a la Secretaria de defensa aupó a nuestro protagonista de hoy, Paul, al puesto de vicesecretario. Desde allí se encargo de diseñar, entre otras cosas, el plan de ataque e invasión de Irak, guerra planteada por este grupo de ideólogos como, entre otras cosas, demostración del poderío de los Estados Unidos y de un ejército tecnificado, pequeño y ágil. El tiempo ha demostrado que, como muchas ideologías, el neoconservadurismo se basa en muchos supuestos erróneos, y su implantación real ha sido bastante nefasta para muchos intereses, empezando por el de los propios Estados Unidos. Son Rumsfield y Wolfowitz los principales artífices de lo que sucede en Irak, y, creo yo, son los que pasarán a al historia, junto con la firma de Bush, como unos de los peores planificadores y estrategas de todos los tiempos, incapaces de prever una posguerra cruenta, obnubilados como estaban por una entrada triunfante en Bagdad y un paseo militar en sus calles bañados en confeti. El actual estado de cosas en Irak, y el beneficio obtenido por Irán en todo este asunto, auténtico ganador a día de hoy, ante el espanto de Bush, motivó que la cabeza del tarden Rumsfield – Wolfowitz (este fue destituido unos meses antes) fuese ofrecida como trofeo de caza a los demócratas tras su victoria en las elecciones de Noviembre.
¿Sigue siendo Wolfowitz un desastroso estratega? Puede que sí, a la vista de los dedos de sus pies. Tanto protocolo, pacto previo y estudio sobre el terreno para una visita a un país tan complicado e interesante como Turquía y Paul olvida que, en una mezquita, uno debe descalzarse. ¿Son esos agujeros una metáfora del roto provocado a la imagen y política americana por unos aventureros que se fiaron de su instinto y dieron al espalda a la cruda y árida realidad? Puede que sí, y a lo mejor incluso permiten que un personaje oscuro, de segunda línea como Wolfowitz sea recordado por ellos, y no por las intrigas que planeó en los infinitos pasillos del Pentágono.
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