Este fin de semana, tras varios intentos frustrados, saqué tiempo para ver la exposición que el Canal de Isabel II dedica, en su espacio remodelado de Plaza de Castilla, a la obra gráfica de M.C. Escher. Antes de comentar mi impresión de la muestra, una pequeña observación de apoyo y elogio a lo que ha hecho el Canal con el depósito de Plaza Castilla. En esa manzana enorme, junto a una de las Torres Kio, el Canal ha aprovechado un edificio semienterrado, formado por una serie enorme de columnatas y arcos de medio punto de aspecto similar a una mezquita, antiguo aljibe y depósito de agua, en una enorme y original sala de exposiciones. Enhorabuena por la reforma del edificio y por su inteligente y provechoso nuevo destino.
Y sobre la exposición, decir que tenía unas ganas enormes de verla y mis expectativas se vieron plenamente colmadas. A mucha gente el nombre de Escher no le dirá demasiado, porque no es un pintor muy conocido, dado que pintar lo que se dice pintar no hacía. Era un litógrafo, imprimía y grababa sus imágenes, y muchas de ellas sí son famosas, y han pasado a la memoria colectiva. Dotado de una imaginación enorme, una curiosidad absoluta por todo lo que le rodeaba, y una técnica de dibujo portentosa, Escher empezó dibujando bocetos, esquemas y paisajes arquitectónicos, y a partir de ahí creo un mundo nuevo, basado en dos elementos principalmente. Uno son las transiciones, imágenes que empiezan siendo una cosa y se acaban transformando en otra, como pájaros en ranas, con estadios geométricos intermedios, o pueblos en tableros de ajedrez, con una naturalidad pasmosa, que parece imposible que no fuese verdad. Desde hace tiempo me parece un magnífico homenaje gráfico, una preciosa metáfora de este mundo tan vinculado y dependiente de todo lo que le rodea que es Internet. El otro gran objeto de admiración de Escherl, y lo que más famosos le ha hecho, es la creación de paisajes imposibles, basados en trucos y engaños a nuestro sentido de la perspectiva. Son famosísimas las imágenes de cascadas alimentadas por corrientes de agua que, una vez caídas, fluyen hacia arriba y retroalimentan el sistema, o edificios que, dotados de varios ejes de tridimensionalidad superpuestos, generan escaleras que suben hacia abajo, o caminos paralelos divergentes. Imágenes como “Relatividad” o “Belvedere” generan una sensación de mareo y alucinación absoluta, y también hay imágenes recursivas que se adelantan a la creación del concepto de fractal, y que son hpnóticas y allí me quedé yo, intrigado ante lo imposible que veía y ante la brillantez de la mente que se le ocurrió hacer eso, no sólo por su técnica, sino por su transgresora imaginación.
Un detalle que no puedo dejar de pasar por alto es la música. Todo el tiempo sonaba, suave, de fondo, sin perturbar pero acompañante, la única banda sonora que podía acompañar a esta desbordante visión, la de Johan Sebastián Bach, con suites y conciertos variados, en los que el maestro de Eisenach demuestra su absoluto dominio del contrapunto, al complejidad y la recursividad. Hay una última sala en la exposición de homenaje a las figuras “escherianas” en al que suena uno de los movimientos lentos de las variaciones Goldberg, que es una muestra magnífica de toda la plasticidad y belleza que puede contener este mundo. Qué contento y relajado sale uno de un lugar así, qué experiencia más recomendable.
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