Aunque lo parezca por el título, no voy a hablar de la situación política española, ni nada parecido. No. Voy a hablar de la niebla normal. Este pasado fin de semana, aprovechando que subía al norte, y allí la sequía empieza a notarse, tomé prestado el coche de mi padre el sábado y me fui a los pantanos del Zadorra, Ullibarri-Gamboa y Landa a sacar fotos de su lamentable estado. Estos embalses, sitos todos en Álava, y limítrofes con Vizcaya y Guipúzcoa, son la fuente principal de abastecimiento de Vitoria y la comarca del Gran Bilbao. Están actualmente al 35% de capacidad, y al haber bajado tanto de nivel han mostrado restos sumergidos de iglesias, y pueblos antiguos. Y allí me fui.
Ya cuando salí de Elorrio había una intensa niebla, y eso me preocupó, pero esperaba que levantase pronto, cosa que hizo al empezar a subir las rampas de Urkiola, el puerto que separa el Duranguesado de la meseta. Sin embargo, a medida que me acercaba a los meandros del pantano en Ochandiano, la niebla volvía a caer con más o menos fuerza. No se veía demasiado, la verdad, pero ya que estaba allí saque algunas fotos. Avanzaba un poco con el coche, me paraba en algún arcén de piedras y tomaba escenas. En una de estas paradas, al borde del arcén, había una bajada de piedra y tierra, y me animé, y al poco estaba en una pradera cuarteada, en lo que era hasta hace poco la base de la laguna, ahora sólo presente mediante un fino hilito de agua que se encontraba en mitad de aquel prado. Se veía justo el límite de la cubeta, estrecha y poco profunda en aquella zona, llena de arbolado difuso, ya que las copas estaban cubiertas por la espesa niebla, y la verdad es que me dio la sensación de que era un paraje precioso. Habitualmente en aquella zona el agua debía alcanzar una altura de entorno a los 7 u 8 metros, creo, pero en aquel momento sólo existía un musgo que lo cubría todo. Volví a subir el talud y seguí avanzando, pasando por el campo de regateo, con los bateles y pantanales sobre la arena, en vez de estar flotando como debiera ser habitual, y al llegar al puente de Villareal, donde la carretera comarcal por la que iba se une la N240 al espesura de la niebla era total. Pretendía sacar algunas imágenes al puente, cuyos ojos destacan sobre el agua, en vez de sobresalir tímidamente como siempre, pero no se veía nada. Proseguí mi camino hacia Landa, pero allí tampoco se preciaba anda, y dejé el recorrido fotográfico en medio de la bruma.
Supongo que las lluvias y nieves de esta semana vendrán bien para repoblar el pantano, o al menos para evitar que siga descendiendo, pero cuando estaba en la pradera antes mencionada me acordé de la sequía de principios de los noventa, fortísima, que casi vacía el pantano, y de algunas imágenes tomadas en las que se veía la base de las pilastras el puentes de la N240. Me arrepentí de no haber sacado fotos entonces, y de no haber sabido nada del cambio climático en aquellas fechas. La de titulares que hubiera acaparado por nombrarlo cuando no existía, como un profeta del Apocalipsis en medio de las entonces polvorientas praderas de Vizcaya. Qué frágil es la memoria meteorológica, y que fácil es confundir a la gente.
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