Ayer por la mañana, una semana después de su inauguración, visité el monumento erigido en las cercanías de Atocha en memoria de los muertos en el infame atentado del 11 de Marzo de 2004. Como muchos ya sabréis, se trata de un cilindro algo ovalado de cristal, de unos 11 metros de altura, construido sobre una rotonda de acceso imposible, muy cerca de la entrada de cercanías de la estación. Moderno y luminoso, el monumento es interactivo, dado que permite su visita interior, y tiene aspectos positivos y otros no tanto, pero creo que, en conjunto, está bien.
Empezando por el emplazamiento, que es horrible. Coches, cientos de coches y ruidos por todas partes hacen imposible no sólo acceder a la rotonda donde está el cilindro, sino ni siquiera acercarse. El entorno es muy agresivo con el monumento, el ciudadano y todo lo que allí se arrime. Quizás por eso los autores, un jovencísimo estudio de arquitectura llamado FAM (Fascinante Aroma a Manzana, que nombres más raro poseen los estudios de arte y diseño, verdad?) plantearon el monumento como algo visitable, con un interior con contenido, y aquí esta la mayor de sus gracias. Accesible desde la primera planta inferior de la estación, se encuentra una sala en la que uno se sitúa bajo el prisma cristalino. De él, sostenido por un cable, cuelga un plástico con una forma acampanada de preservativo, en el que están inscritas algunas de las frases dejadas por anónimos ciudadanos en ese día de la infamia, en muchos idiomas. La luminosidad de la sala, el efecto de luz que genera el agujero sobre el que se asienta el cilindro y el aislamiento al que conmueve son poderosos. ¿Problemas? Varios. Empezando por que el acceso se hace junto a una zona cutre y gris, con tiendas de alquiler de coches, comida rápida y cosas así, y al cola de visitantes, de entrono al cuarto de hora de espera cuando yo fui, hace que se entre (y salga) en grupos estancos de veinte en veinte, con un sistema de doble puerta controlada por vigilantes que más parece ser un banco que un monumento. El ruido de la calle se acaba filtrando y, ya en el interior, la gente hace fotos sin parar y deambula de una forma poco respetuosa. Yo también hice fotos, porque creo que el espacio las merece, pero el lugar estaba lejos de llegara a embargar de emoción por el cierto aire de atracción que desprendía. Habrá que esperar a que pase al fiebre, se disipen las colas y se pueda estar en soledad bajo la luz.
Visto en su totalidad, la idea me parece correcta, y consigue lidiar con algunos de los problemas de la zona, nada agradecida, pero necesitará tiempo para asentarse. Por otro lado, es muy islámico, en el sentido de mostrar exteriormente un aspecto poco valioso y guardar para dentro la belleza y la gracia, y muy cristiano, porque me recordaba mucho a un transcepto o a un ábside de una iglesia. Incluso tiene una función similar al glorioso transparente de la catedral de Toledo. En definitiva, y para definirlo, me quedo con la primera de las frases impresas en el interior, arriba del todo. Es necesaria mucha fantasía para soportar la realidad.
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