Ayer fui covíctima de lo que se puede denominar un atraco laboral. Una compañera de trabajo y yo teníamos previsto dar una charla a un grupo de gente proveniente de uno de los antiguos países comunistas que se acaban de incorporar a la Unión Europea para explicarles como funciona el mundo de los Fondos Estructurales y asuntos similares. Dos horas antes de la charla nos comunican que, pese a lo previsto, no va a haber traductor, por lo que debemos impartirla en inglés. Mi compañera es bilingüe, pero yo no, y claro, uno empieza a sentirse mal, muy mal.
La exposición se acabó, que ya es bastante. Hubo momentos en los que me sentí mas confiado y otros en los que me daba cuenta del bochorno lingüístico en el que estaba cayendo. Intuyo que las personas a las que estaba dedicada la presentación, por cierto, todas ellas chicas, saldrían con la sensación paradójica de que, proviniendo de un país mucho más pobre, pequeño y teóricamente atrasado, todas ellas hablaban inglés y quienes allí estábamos, o al menos yo, no daba la talla. La verdad es que esto de los idiomas, y especialmente el inglés, ha sido siempre uno de los mayores talones de Aquiles de los españoles. Por su desconocimiento y al vergüenza que poseemos, nos ha impedido salir fuera, aventurarnos a ir a otros países y emprender experimentos comerciales o personales, porque somos incapaces de desarrollar una conversación simple en inglés, y eso empezando por los políticos. Ningún presidente del gobierno sabe o ha sabido inglés. Aznar hace ahora unos pinitos, loables por el cierto sonrojo que provoca su estilo, pero bueno, no fui yo ayer un ejemplo precisamente de pronunciación. La cantidad de dinero que se invierte cada año en aprender el maldito inglés es fascinante, y creo que el del idioma anglosajón, junto con el de dejar de fumar, ponerse a dieta y echarse novia de una vez es uno de los temas más recurrentes para reintentarlo a principios de año o en septiembre, épocas en las que no tiende a autoconvencerse para poner a cero el reloj de sus propósitos y empezar otra vez con fuerzas los mismo. Se llenan las academias y los gimnasios, pero a los pocos meses muchas pesas están en el suelo y los libros y apuntes acumulan polvo en las estanterías
Todavía me acuerdo de una ocasión en el centro de cálculo de Sarrito, santo lugar donde los haya, cuando en compañía de unos amigos, mirábamos ofertas de empleo. En una de ellas, aparentemente diseñada para nuestro perfil, estaba el inevitable requisito de saber inglés, y debí poner una cara de hastío y congoja tal que uno de mis acompañantes, llamémoslo jedituri, empezó a reírse con ganas. Hace ya algún tiempo de eso, y que poco han cambiado algunas cosas, aunque el decorado y la compañía muden con el tiempo.
1 comentario:
Gran verdad lo del castellano. En general, con muy escasas excepciones, los políticos hablan muy mal, con tres frases hechas, mal entonadas, y sin capacidad de elaborar un discurso meramente presentable. Pobre RAE, que mal lo debe pasar oyendo a quienes nos dirigen
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