La explosión en ventas de los reproductores de MP3 ha provocado que los auriculares hayan vuelto a copar todas las orejas del mundo. Blancos, negros o de colores chillones, sujetos con media vuelta a la cabeza con cordeles algo horteras, estos pinganillos se han hecho omnipresentes, toda vez que su fuente de sonido se ha convertido en algo diminuto, nada que ver con el walkman que invento Sony con el su sucesor, el Discman, aún más grande que el anterior. En un artefacto tamaño similar a un mechero caben muchísimas horas de música, suficientes incluso para pasar el atasco de todas las mañanas sin tener que volver a incidir al lista de reproducción seleccionada.
Otra cuestión es el uso que se haga de ellos. Hoy por la mañana, en la primera de las tres líneas de metro que cojo para llegar a casa, más o menos la mitad de la gente del vagón en el que iba llevaba auriculares, aunque a un volumen más o menos controlado, pero cuando he hecho los intercambios de rigor y he llegado a la tercera línea, casi al lado mío había una chica muy guapa, con sus auriculares y su Ipod nano de rigor, que llevaba puesto el típico “chunda chunda” de discoteca maquinera que era insoportable, y a demás a un volumen enorme, que hacía que las cinco o seis personas que le rodeábamos tuviéramos la sensación de estar en medio de una pista llena de luces, con DJ y gogós. Intuyo que ella debía estar alucinando en medio de la pista, porque dado el volumen que recibiría su sensación sería onírica. Sí, muy guapa, pero su atractivo, al menos para mi, ha decaído exponencialmente a medida que el tren avanzaba, caían las paradas y el “chunda chunda” de las narices no cesaba. Se supone que los auriculares logran aislar a uno en su música y al resto de la misma, no?? Pues esta chica y muchos otros lo que logran es que el resto de acompañantes acaben sabiéndose sus canciones (bueno, en este caso canción canción no era, más bien un amplificador estropeado y distorsionante) y pensando que la de otorrino es un profesión con mucho futuro, porque con tanto ruido, bombo y estrépito en la cabeza no hay oído que aguante. Al final los vagones de metro, tren, autobuses y demás se llenan de zumbidos procedentes de los auriculares, y es como si en bajito todo el mundo llevase una radio puesta para sí, y para los demás, claro.
Un efecto colateral de todo esto es el aislamiento, y el paradójico silencio de murmullos. En un viaje a Londres que hice en 2003, una amiga mía a la que visitaba se quejaba, entre otras cosas, del silencio y la incomunicación que se palpaba en los transportes públicos, bien por lo reservada que era la gente o por los auriculares. Yo le fije que en Madrid eso no era así, que había bullicio por todas partes. Quizás hoy debiera cambiar algo mi opinión, y afirmar que aquí también empieza a dominar el ejército de zombis auriculados, y los vagones se llenan de murmullos técnicos y se vacían de voces humanas. Quizás sea sólo una percepción.....
El Lunes no estoy aquí, así que hasta el Martes
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