Con motivo del IV Congreso Internacional de la Lengua Española, que se celebra en la localidad colombiana de Cartagena de Indias, el suplemento Babelia de El País se dedicaba este pasado sábado casi en su integridad a analizar al lengua castellana, su futuro, evolución, y peso del que dispone en el mundo. Había allí muchos y muy buenos artículos, pero voy a destacar el publicado por Antonio Muñoz Molina, uno de los pocos españoles que, en mi opinión, pueden adecuadamente ponerse el título de intelectual con propiedad y orgullo.
Reconozco que me costó empezar leerle a Muñoz Molina. Lo intenté hace ya varios años con un ejemplar de El Jinete Polaco, que estaba en apoltronado en una esquina, y no me gustó. Denso, lento y largo, no lo pude acabar, y me quedé un poco extrañado, porque todas las críticas hablaban muy bien de él. Tras una serie de artículos y entrevistas en prensa, que me parecieron prodigiosas, decidí darle otra oportunidad, que encima él me brindo al publicar Ventanas de Manhattan, sobre su experiencia en la ciudad de Nueva York mientras dirigía la sede del Instituto Cervantes. Este libro ya si me gustó, y encima algunas cosas que allí ponía me sonaban familiares, porque yo también disfruto en los cafés, leyendo el periódico y viendo pasar a al gente por la acera, corriendo quién sabe hacia donde. Tras el esto me dije que le daría otra oportunidad literaria, y compré Ardor Guerrero, que trata de sus experiencias en la mili en Lasarte, y me gustó. Luego adquirí Sefarad, historias sobre compromiso y discriminación, que algunas me parecieron apasionantes y otras tediosas, y el último que a publicado, El Viento de la Luna, que me ha gustado mucho. En definitiva, que a vece me engancha y otras no, pero su calidad como escritor es indiscutible. Lo que si admiro de el es la cultura que posee, cosa que destaca mucho su mujer Elvira Lindo, cuando habla de “su santo” y de cómo disfruta oyendo música en el sofá mientras lee y ella sale por ahí de juerga con las amigas (quién sabe si mi vida en pareja sería así). En el artículo de este Sábado en Babelia, Muñoz Molina logra no sólo reflexionar sobre el futuro del español en los EE.UU. su próximo destino natural, sino que también denuncia las cortas miras y la inquina que asola ahora mismo a esta triste España.
Porque Muñoz Molina se ha hecho residente de Manhattan a tiempo completo. Creo que se ha convertido en una especie de autoexiliado, admirado por la fuerza y empuje del espíritu americano y avergonzado de las miserias y desgracias que asolan a la cultura y política española, nulamente dotada de capacidad, cultura y sentimiento. Al terminar el artículo me entristecí mucho, pensando que un espíritu libre y sabio como el suyo está a más de 7.000 kilómetros de aquí, y que nos ha privado de su luz, y de mientras tanto aquí podemos “disfrutar” a diario de la talla intelectual de Pepiño Blanco, Acebes y tantos otros. Qué pena, qué pena, pensaba mientras pasaba las páginas de un soleado pero no tan radiante sábado de Marzo.
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