Hagamos un pequeño ejercicio de memoria histórica para obtener alguna conclusión útil, en días de zozobra como estos. Viajemos al año 1938, época en la que Europa se empieza a preparar para una nueva guerra, y en la que las actitudes y comportamientos de sus actores políticos dejó claras sus fortalezas, debilidades y recelos. Hitler, envalentonado y lanzado ya a la carrera de la destrucción, exigió a Checoslovaquia la reincorporación de la región de los Sudetes al Reich, lanzando para ello un ultimátum el 26 de septiembre. Es el inicio de la llamada crisis de los Sudetes, y cunde el pánico a la guerra en Europa
Para evitarlo, y en medio de numerosas presiones, se organiza rápidamente una conferencia de paz en Munich. Alemania acude a la misma con el apoyo decidido de Italia, encarnado en Mussolini. Frente a ellos se encuentran el Reino Unido y Francia, encabezados por sus primeros ministros, Neville Chamberlain y Edouard Daladier. Tras duras negociaciones, y amparados en lo que se denominó política de apaciguamiento, los cuatro personajes firman el que pasaría a la historia como el “Pacto de Munich”, en el que se establece que el disputado territorio de los Sudetes dejaría de pertenecer a Checoslovaquia y se integraría en Alemania, como era el deseo inicial de Hitler. A esta conferencia no acuden, ni son invitados, representantes del gobierno legítimo de Checoslovaquia, por lo que la sensación checa de que las potencias europeas fragmentan su país a su antojo es más que real. Este pacto de caballeros no duró demasiado, ya que Hitler invadió Checoslovaquia en pocas semanas, y el país dejó de existir como tal en marzo de 1939. Chamberlain y Daladier fueron recibidos como héroes de la paz en sus respectivos países, por haber logrado que Europa no se lanzara a la guerra en 1938. En su lugar consiguieron fortalecer a una Alemania que, si bien ya era muy sólida, no hubiera podido presentar la misma fiereza que en 1939, cuando la invasión de Polonia marcó el inicio de la II Guerra Mundial. En Inglaterra sólo un debilitado Winston Churchill alzó su voz a la llegada de Chamberlain, y expresó su convicción de que la política de apaciguamiento lo único que lograba era dar fuerzas al expansionismo de Hitler, que Inglaterra y Francia habían claudicado ante la coacción alemana, mostrándole al tirano nazi su más absoluta debilidad. Lamentablemente, tuvo razón
Alguno se preguntará a que viene todo esta especie de cuento. En esencia, y aunque la situación no es comparable, ayer pudimos vivir aquí algo similar, ya que ante la presión y el chantaje, algunos dirigentes políticos, movidos probablemente por su buena fe, pero sin el más mínimo conocimiento de la realidad a la que se enfrentan, ni de la historia que los precede, cedieron al chantaje y mostraron su debilidad, su carencia de convicciones y crearon un héroe de la figura de una sicario. Hoy como ayer, los nazis se felicitan por su triunfo, brindan con champán, y la sociedad libre y el estado de derecho son más débiles, han retrocedido en sus posiciones, y han dado una paso hacia la derrota.
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