Ayer por la tarde tuve la oportunidad de ir a ver, en el teatro del Círculo de Bellas Artes, la obra “La cabra, o quién es Sylvia”. Protagonizada por José María Pou, gran actor en todos los sentidos (qué alto es), que encabeza un breve reparto de cuatro actores, todos ellos magníficos. La obra me gustó mucho, y a juzgar por lo que oí a la gente que me rodeaba en el anfiteatro, fue un sentimiento compartido, aunque eso sí, pese a tener toques de humor muy agradables, el espectáculo era un drama bastante descarnado, violento y arrojadizo, y digo esto último porque es la primera vez que he visto destruir jarrones, cuadros o libros en un escenario, de verdad, no en una película, sino delante de uno mimso.
Martin es un muy prestigioso arquitecto que acaba de cumplir los cincuenta años, y parece estar deprimido por ello. Sin embargo su profesión es una constante fuente de satisfacciones. Le acaban de conceder el premio Pritzker, el Nóbel de la arquitectura, y dirige un proyecto fantasioso en el corazón de los Estado Unidos. Su matrimonio va como la seda, pese a llevar más de veinte años casado con Stevie, la mujer de sus sueños, eróticos o platónicos, y su hijo Billy, que es gay, pese a darle disgustos y dolores es una fuente de pasión y amor. En este cuadro idílico, en un escenario que representa una habitación de alto nivel de una casa palaciega, llega Ross, amigo de Martin, para hacerle una entrevista con motivo del cumpleaños de la celebridad. Solos, uno frente a otro, y en el transcurso de la grabación de la entrevista, que resulta ser un desastre, Ross advierte una crisis en Martín, y este se ve avocado a confesar que tiene un lío amoroso. El problema, sin embargo, no es que se trate de un asunto de faldas, cosa de la que Ross se muestra orgulloso en un principio, como buen machote, sino que en este affaire en vez de faldas hay pelusas. Martin se ha enamorado de una cabra, y se acuesta (quizás no sea la mejor palabra ) con ella. Ross se escandaliza y huye. Al poco, Stevire recibe una carta de Ross en la que éste le cuenta la conversación de Martin, y el resto de la obra consiste en contemplar la destrucción, el hundimiento de la vida de Martin, Stevie y Billy, gracias al amor apasionado, puro, devorador e irrenunciable en el que Martin ha caído. En un momento Billy dice que no puede dejar de amar locamente a un hombre, su padre, que está cavando un enorme foso en el sótano en el que los tres se acabarán hundiendo, sin remedio. Debido a esto, la obra contiene escena duras, de violencia verbal desatada, sobre todo entre Martin y Stevie, aunque también hay agrios enfrentamientos entre padre e hijo.
Es triste ver la figura de Martin, incomprendido, atrapado entre dos amores pasionales a los que no es capaz de renunciar, ni de explicarlos a los que le rodean, y Stevie, traicionada e incapaz de entender nada de lo que ocurre, y es mordaz el mensaje que manda Ross, sobre el hecho de que no pasaría nada si nadie se entrarse de lo que hace Martin, y así su nombre y reputación quedarían a salvo, a lo que Martin, atónito, contesta que el creía que todo el problema surgía de su amor, no de las apariencias, las convenciones. En fin, cerca de dos horas de profunda y deliciosa reflexión, sobre algunos asuntos oscuros de nuestras vidas, que a veces parecen tan normales a los ojos de los demás, pero que puede que no lo sean...
No hay comentarios:
Publicar un comentario