Esta es la época odiada por todos los estudiantes. Los exámenes finales, en medio del calor, con el césped de las facultades verde inmaculado y los libros esperando para ser devorados sin hambre ni ganas. Pero si hay algún estudiante que, por encima del resto, no soporta Junio, ese es el que se debe examinar de eso que se llama Selectividad, la prueba de acceso a la Universidad, que casi todo el mundo aprueba, pero difícilmente con la nota necesaria para poder estudiar la carrera deseada. Jo, la selectividad, que recuerdos.
Me voy a poner de abuelo cebolleta, y eso que la hice en Junio de 1990, hace no demasiado, dos meses antes de que Sadam Hussein, un 4 de Agosto de ese año, invadiera Kuwait y empezaran en aquellos desérticos polvos los actuales lodos. Cuando la hice todo era más difícil, empezando porque duraba sólo dos días y el privilegio actual de hacer los exámenes en el Instituto no se daba. Había que ir a la Universidad, y eso en Vizcaya equivalía a ir a Lejona, un sitio lejano, feo, perdido e inaccesible, que sigue estando tan lejos de todo ahora como entonces. Allí nos llevaron en autobuses, desde el Instituto de Durango, y nos soltaron en el complejo de Ciencias, un edificio inmenso, con aulas enormes, pasillos larguísimos y aspecto de corredor carcelario de mala película americana. Los exámenes duraban dos días. En el primero tocaban las asignaturas obligatorias (Filosofía, Lengua, Inglés, Euskera y no se si alguna más) y en el segundo día las optativas, que en mi caso, al haber escogido la antigua rama de Ciencias Puras, eran Matemáticas, Física, Química y Dibujo. Me salió mejor el segundo día que el primero, pero guardo un recuerdo sombrío de aquellas jornadas. Después de comer al mediodía de la primera jornada nos di una vuelta con unos amigos por el campus y nos perdimos, y creo que no fuimos los únicos, porque a cada uno que preguntábamos venía de otro instituto de otra localidad y tampoco le sonaba nada de nada. Corriendo, y muy nerviosos, encontramos el aula de examen de la tarde, y esos exámenes me fueron bastante mal, la verdad. Vuelta a Elorrio, donde llegaba uno muy tarde, y madrugón para el segundo día, en el que al menos no nos extraviamos por los pasillos y, aunque los exámenes de ese día fueron mejor, yo no logré hacerme con el lugar, su ambiente y su estética (¿Y quién puede?? Lejona es horrible, ahora que no me oye nadie... : -) )
Luego vinieron los días rituales de la espera, a ver que ha salido, a ver cual es la nota, si me llegará para estudiar lo que quiero o no, que si uno dice que este año las carreras están muy caras, que si no, etc... rumores y nervios. Fui a terrado a Durando la tarde en la que tocaba recoger el resultado, y reconozco que me supo a gloria el 6,12 que obtuve, que besé, impreso en su papeleta, en un arrebato infantil algo cursi pero emocionado a más no poder, y que me proporcionaba una nota final de acceso a la Universalidad de 6,44. No muy alta, la verdad, pero acorde con la media de mi expediente. Soñé un día con hacer Arquitectura en San Sebastián, pero pedían un 7, entraba en Ingenieros y Ciencias, que no pedían nota, pero Económicas y Empresariales me interesaba, y por ahí tiré, pero el como escogí la carrera será mejor dejarlo para otro día. Me quedo hoy con lo que sudé para un 6,12...... bendito 6,12.
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