Hoy será otro día duro en los mercados, la bolsa, los CDS y demás objetos financieros tras la caída de ayer en Wall Street, y como todo el mundo les va a hablar de las medidas de recorte que ayer acordó el Consejo de Ministros yo lo voy a hacer sobre otro asunto, y es que Craig Venter ha vuelto a los titulares. Tras haber secuenciado el genoma humano hace pocos años ayer saltó a la palestra por haber logrado crear el primer organismo vivo de manera artificial. Eso no es exactamente así, pero lo que ha hecho Vente es muy importante. Trascendente si se me permite el término.
Lo que Venter ha hecho ha sido crear una cadena de ADN a partir de otros orígenes que no existe en la naturaleza. Recordemos que el ADN que se encuentra en cada una de nuestras células contiene la secuencia de genes, formados por miles de millones de moléculas, que permiten construir todas las proteínas que nos componen. Es nuestro libro de instrucciones. Cada especie posee un ADN propio y cada ADN genera una especie, y es esto segundo lo que ha hecho Venter. A partir de ahí ha depositado esa cadena de genes en una célula a la que se le había extraído su ADN original y ha conseguido que la célula pueda vivir, por lo que se ha convertido en un organismo nuevo, que no existía anteriormente. Venter por tanto no ha insuflado vida a algo inanimado, como nos haría pensar la imaginación, sino que ha creado una nueva especie biológica. Esto es importantísimo por muchísimas razones. De primeras porque nos permitiría descubrir que es lo mínimo que necesita una célula, un organismo vivo, para subsistir. A partir de ese ADN sintetizado se pueden ir quitando pedazos y quedándonos al final con un “core” o núcleo genético básico que es lo mínimo necesario. Con menos de eso no habría vida. Enorme. Otra vía de aplicación fascinante es el diseño de cadenas de ADN que permitan crear organismos que hagan lo que deseemos. Así, supongamos que fabricamos células que producen insulina. Resultaría obvio que a los diabéticos les habríamos resuelto la vida, o que creamos células que se alimentan de petróleo. En ese caso tendríamos el arma ideal para combatir mareas negras, y es que una vez que se empiecen a desentrañar los misterios de la composición de genes las alternativas son inimaginables. Así como hemos creado un mundo entero de máquinas mecánicas podríamos desarrollar uno de máquinas biológicas que hicieran cosas que hoy en día no somos ni siquiera capaces de imaginar, tanto para lo bueno como lo malo, obviamente, porque también esta tecnología puede derivar hacia la fabricación de enfermedades agresivas, organismos que ataquen y destrocen otros organismos, etc, al igual que con los metales hemos creado escaleras mecánicas y rifles de asalto. Otra de las vías de investigación que se abren es descubrir que es lo que de manera natural acaba matando las células y hasta que punto la manipulación de los genes puede crear organismo de vida mucho más larga que la actual, que puedan auto repararse, que sean capaces de regenerar tejidos, miembros o partes del cuerpo que por una u otra manera ya no funcionan, que hagan que los ojos ciegos sean capaces de volver a ver o que, como sucede con las estrellas de mar, se puedan recrear miembros perdidos como brazos y piernas. El panorama que se abre es, sinceramente, inabarcable. Fascinante.
Y obviamente se crea un nuevo y enrome debate filosófico y legal. Si creamos organismos no existentes, ¿son patentables? ¿se puede crear “hardware” biológico de libre distribución como el software libre o los seres de ese tipo serán de carácter propietario? ¿Cómo interaccionarían esos seres biológicos en el mundo natural? ¿crearían plagas desconocidas, serían agresivos con los organismos ya existentes o establecerían una simbiosis cooperativa? ¿Qué implicaciones morales y religiosas tiene el hecho de crear especies? Como verán, una nueva puerta a lo desconocido. Frente a las miserias de la diaria actualidad me parece una noticia infinita, en todos los sentidos.
1 comentario:
Tranquilo majete, ya vendrá Monsanto a arreglar este dilema ético-biológico, j, je. Y que Dios nos pille confesados...
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