Cinco días después de las elecciones inglesas ya tenemos el resultado de verdad. David Cameron, conservador, con mayoría simple, accede al gobierno en las islas con el apoyo de los menguados liberales de Clegg que, paradójicamente, van a pintar más ahora que tienen menos escaños. Brown, que nunca ha ganado unas elecciones, se marcha, deja su puesto y sin duda pasará jornadas tristes pensando que al final los platos rotos del laborismo, de los años de desgate en el poder y la gestión de la crisis se los ha comido el solito, mientras que Blair y otros siguen firmando libros.
De este episodio podemos extraer los españoles algunas enseñanzas prácticas, principalmente la celeridad y la responsabilidad. Al día siguiente de las elecciones ya surgían voces que pedían un rápido acuerdo. Organizaciones de empresarios, lobbyes y otras entidades alertaban de que el “hung parlament” o Parlamento colgado que ha salido de estas elecciones sin mayoría absoluta sería peligroso para la estabilidad de la economía británica. Dicho y hecho, y con un fin de semana de por medio, ya ha habido acuerdo, y el que debía retirarse lo ha hecho en el momento en el que el acuerdo estaba firmado. En este sentido Brown a cumplido con su papel institucional. Confío en que la historia sea benévolo con él y ofrezca su perfil más positivo, no la imagen hosca y dura que se nos ha vendido estos años. Fíjense que los tres líderes, Cameron, Brown y Clegg, tenían desde el Jueves por la noche los ojos de todo el país pendientes de ellos. Una situación de cortejo de los liberales por parte de conservadores y laborista que se hubiera eternizado en el tiempo habría supuesto un desgaste creciente e insoportable. Y los tres han hecho su trabajo. Esto es lo que se llama Crear Confianza, en mayúsculas, lo que los mercados, observadores exteriores y cualquiera que mire un periódico entiende como seriedad. Y si en la hoja de al lado se cuentan las peripecias de la política española, de la difusa y perdida alternativa a un gobierno noqueado que hasta recibe llamadas de la Casa Blanca para que haga lo que debe el lector de prensa decide muy rápido cual es el país serio y cual no, en donde prefiero invertir el dinero y en donde no, y a qué líder creo y a cual no. ¿Quiere decir esto que el Reino Unido está a salvo de la debacle financiera? No, incluso me atrevería a pensar que se debiera sustituir el despectivo acrónimo de PIIGS por el más neutro y divertido de PIIGUS con la U de United Kingdom, porque sus ratios de deuda y déficit también son escandalosos y, potencialmente, explosivos. Sin embargo, junto a la capacidad de gestionar su propia moneda, parece obvio que los políticos británicos, pese a sus trampas con las facturas y gastos injustificados (si quieren ver las tripas de su política no se pierdan la película “In the Loop”) tienen muy claro que es lo importante para su país, en qué deben ponerse de acuerdo y cómo hacerlo al ritmo que la necesidad impone. Mantener la credibilidad de los agentes, sean políticos, vendedores o deportistas, exige una trayectoria sostenida en el tiempo, que haga que sus comportamientos sean predecibles y que no causen sorpresas negativas. Esta tarde mi compañero de trabajo y amigo OOM va a ver a Nadal en el Open de tenis de Madrid. Puede que Nadal gane o pierda, depende de muchos factores, pero OOM y el resto de espectadores saben que verán a un profesional entregado que tratará de hacerlo mejor que el de enfrente. Saben que no verán en Nadal desgana, apatía, indolencia o resignación. Pondrá lo necesario para ganar, y eso hace que la gente lo admire, logre el triunfo o no.
Quizá sea una tontería, pero uno de los detalles que más me han extrañado siempre de la política británica es el que el Primer Ministro vive en una casa de una calle, con sus restricciones, pero en una calle de Londres. No en un palacio alejado del centro ni en una mansión, sino en un barrio al que uno puede ir en metro o paseando, muy céntrico. Y eso siempre me ha hecho pensar que allí los gobernantes por fuerza deben estar más cerca de los problemas de la calle que en sitios como España. Al menos oyen también el ruido del tráfico y los bocinazos de los coches, y la algarabía de las calles cercanas.
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