Ayer fue 9 de Mayo, día de Europa. Con tal motivo hoy Lunes en mi trabajo organizamos una conmemoración, sencilla y ritual. Salimos a media mañana a la explanada sita frente al Ministerio y uno de nuestros jefes, o algún jefe suyo, depende del año, da un pequeño discurso. Acto seguido, y con el himno de la Unión Europea sonando de fondo, se procede al izado de la bandera de las estrellas sobre fondo azul, tras lo que, con unos aplausos de rigor, se acaba el acto. Como en años anteriores éste que les escribe será el encargado de hacer las fotos que documenten todo lo que suceda, esperemos que no bajo la lluvia.
Sin embargo esta conmemoración va a ser especial, porque se produce en medio de una de las mayores crisis que ha vivido Europa en mucho tiempo, desde luego la mayor desde que se implantó el euro en nuestras vidas. Aunque su origen sea puramente económico y financiero, la crisis que vivimos está mostrando las limitaciones políticas y de funcionamiento del traje con el que nos hemos dotado para vestirnos de Europa. Hace un año, sólo un año, había expectativas por la aprobación del tratado de Lisboa, que refunde textos antiguos y da una solidez institucional a la Unión y le dota de presidencia estable y de representatividad. Se decía que Lisboa serviría para que la Unión tenga voz propia en el mundo y asuma un papel de liderazgo. Un año después la sensación es amarga, ya que ni las instituciones creadas por ese tratado cumplen esa labor, quizás en parte por el muy bajo perfil (anodino) de las personas que las encarnan ni la Unión, llena de burocracia y procedimientos lentos y torpes, se ha mostrado como un actor decisivo ni ha adoptado una postura común. Incluso en una tema medioambiental como el de la Cumbre del Clima de Copenhague, en la que teóricamente la postura “verde” de la Unión tendría fácil defensa en ese contexto, se pudo constatar que no existíamos ni para Estados Unidos ni para China, los dos actores de peso en el contexto internacional. Ambos siguen superando a la Unión en poder, pero no sólo militar. Su gasto en I+D+i, infraestructuras, sistema educativo y tecnología es cada vez mayor frente a una Europa que sigue queriendo, pero igualmente sigue sin saber cómo hacerlo. La estrategia de Lisboa, cuyo objetivo era lograr que la Unión Europea fuese la economía más desarrollada y competitiva del mundo en 2010, ha sido un completo fracaso, asumámoslo. Ante este panorama sólo se atisban dos posibles respuestas. Una es la defensiva, echando la culpa a los demás de los fracasos propios, y tratando de crear instrumentos y barreras artificiales que traten de contener el fracaso, que es lo que en el fondo se ha acordado esta noche en la reunión del Ecofín en Bruselas. La otra es la ofensiva, que se debe basar en el reconocimiento de los problemas que tenemos, lo que debemos hacer de aquí a unos años para superarlos, y el diseño de los instrumentos y políticas que nos permitan lograrlo. Una vía en este sentido es el informe que el grupo de reflexión de la Unión Europea ha presentado este mismo fin de semana, y creo que es la única vía que nos queda para en unos años lograr reflotar este buque en el que transitamos. Previamente habré que taponar las vías de agua que amenazan con hundirlo, desde luego con otra línea de actuación que no sea la de echar la culpa a los especuladores, pero o abordamos de aquí a unos años una serie de reformas drásticas en nuestra manera de producir, trabajar, estudiar y vivir o Europa corre el riesgo de convertirse en un actor residual en el mundo, en poco más que un bonito y sofisticado lugar en el que visitar ruinas, testigos de una gloria pasada.
La Unión Europea es una aventura muy compleja, difícil de llevar a cabo, pero apasionante, en la que los países de este lado del mundo nos jugamos nuestro futuro. Solos poco podremos hacer, y unidos en la diversidad, como dice el lema de la Unión es como lograremos salir del actual atolladero. El lema para el día de Europa de este año es “I Love Europa” y el cartel ganador es de una artista polaca que imagina a Europa como un cóctel, una copa en la que el corazón es la rodaja de limón. Una bonita y marchosa imagen, a ver si es capaz de insuflar al energía necesaria a este achacoso grupo de países, que tanto la necesitamos.
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