En medio del vendaval financiero uno de los debates más apasionantes y ridículos que existen en España es al respecto del Estatuto de Cataluña, en cuya sentencia llevan empantanados varios años los magistrados del Constitucional. Se dice que no hay manera de hacer una votación que tenga acuerdo mayoritario entre los jueces del Tribunal, y aunque parezca ridículo, una elección entre muchas alternativas cuando no está muy clara la posición en algunas de ellas puede llevar al absurdo y al desacuerdo, y a muchas risas.
Un ejemplo de esto lo viví el pasado Sábado por la noche. Aprovechando que era el cumpleaños de DAG, él y su grupo de amigos nos reunimos en la sociedad en la que ostenta militancia para tomar un café y reírnos un rato. Como siempre salieron varios temas, y uno de ellos es la participación de este grupo de amigos en el concurso culinario que se celebra todos los años en el marco de las fiestas de Elorrio, acto en el que yo no participo porque a mi las cosas de comida me parecen de todo menos divertidas. La cosa es que se dijo que en este año, tras la experimental participación en la edición pasada, el grupo tenía que tener nombre propio y delantales con el diseño adecuado, y empezaron a surgir ideas de cómo denominar al grupo. En seguida se organizaron dos bandos, uno el de los nombres con alusiones sexuales encubiertas (o no) y otro con denominaciones basadas en juegos de palabras, haciendo uso del concepto de guisado, que es el palto que hay que preparar en el concurso. En esta sesión de brainstorming improvisado el número de sugerencias crecía a toda velocidad, así que empezamos a apuntarlas en una hoja. Cuando pensamos que ya eran suficientes había que escoger entre unas cuarenta o cincuenta alternativas, lo cual era muy complejo. Para ello pensamos en hacerlo como en Eurovisión. Cada uno de los presentes (unos doce más o menos) cogía un papel y escribía en él los cinco que más le gustasen puntuándolos del 1 (poca cosa) al 5 (magistral). Luego se juntaban los papeles, se veían las votaciones y sumando los puntos emitidos se escogía al ganador. Y así se hizo. Escribimos cada uno nuestra papeleta de voto y con un remedo de votación de corresponsales empezaron a hacer puntos en el marcador (zero points, dú puá o como se diga) y al final se llegó a una terna ganadora en la que el mejor de todos era un nombre con elevada componente sexual y los otros dos eran juegos de palabras ingeniosos, pero en un caso con un cierto componente españolista, llamémoslo así. Al hacer el recuento de votos empezó el debate, porque los que habían votado al tema sexual pensaban que era la elección obvia, pero los que no lo habían hecho decían que no se podía escoger eso, que no, y más o menos pasaba con el concepto españolista, defendido por su votantes pero rechazado pro aquellos que opinaban que a lo mejor no era lo más adecuado. En resumidas cuentas, tras un buen rato votando y seleccionando, el tribunal estaba en un lío y no se atrevía a decantarse ni por uno ni por otro.
Como suele ocurrir mucha veces en estos asuntos, al final, en medio de muchas risas y a altas horas, se pensó un tercer nombre mucho más limpio, que no gustaba ni a unos ni a otros, pero que sospecho que es el que saldrá finalmente. Y se demostró que seguir el dictado de la votación era complejo, y eso que antes habíamos acordado respetarlo, pero las voces de “yo con ese nombre no participo“ se oyeron mucho. En fin, a eso de las 2:30 de la mañana hubo algo parecido a una fumata blanca. Pues si para esta trivialidad nos costó encontrar un acuerdo imagínense para el rollo del Estatut.
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