¿Quién no ha deseado destruir su universidad cuando
estudiaba en ella? Todos, y creo que esta vez el genérico es muy cierto, hemos
tenido, al menos, un día a lo largo de nuestra estancia estudiantil en el que
hemos deseado mandar todo a la mierda, destrozar ese recinto maligno que tanto
mal nos ha creado y disfrutar como críos viendo como se convierte en una
montaña de inservibles ruinas. Evidentemente no lo hemos hecho, pero piense
usted por un momento, libre de prejuicios, en ese día en que le suspendieron
injustamente, o lo paso muy mal, y trate de rememorar los pensamientos que le
surgían en su cabeza.
Una de las grandes diferencias que observo entre los, por
así llamarlos, tiempos “ingenuos” de hace unas décadas y el presente es que
todo tipo de planes e ideas, por muy descabellados, suicidas y retorcidos que
sean, pueden ser hechos realidad. La tecnología ha puesto al alcance del ratón
todo lo que uno desee para llevar a cabo el bien y, lamentablemente con más
frecuencia, el mal. En
este sentido es en el que produce escalofríos la detención ayer de un chaval
que estaba preparando un atentado para destruir la universidad de Palma de
Mallorca. Al parecer trataba de imitar el atentado que un grupo de críos
paramilitares realizaron en el instituto Columbine de Colorado en 1999. Quizás
estudioso de aquel repugnante suceso, y buscando una perfección que los
asaltantes no lograron, el detenido tenía planeado no entrar disparando a un
aula y cargarse sólo a los que allí estuvieran. No, su ambición era mucho
mayor, ay que pretendía destruir el campus o, al menos, reducir algunos
edificios a montones de escombros, a ser posible con los estudiantes dentro. En
un comportamiento que a mi me recuerda más al asesino noruego Breivik que al
del estudiante norteamericano, este joven no renunció a la compra de armas,
acto que en España está muy controlado y podría delatar sus planes mucho antes
de lo que desearía, pero centró sus esfuerzos en la compra de fertilizante,
concretamente nitrato amónico, y otro tipo de sustancias químicas con las que,
sin excesiva dificultad, uno puede fabricar una bomba de potencia y capacidad
difíciles de imaginar, y todo ello a un coste muy reducido y sin levantar
demasiadas sospechas. La imagen del alijo de sustancias aprendidas por la
policía que ilustra la noticia en la web parece más la foto del almacén de un
laboratorio de química de instituto que otra cosa. Con todo este material el
“angelito” podría haber causado un desastre en el campus o en cualquier otro
sitio, desastre traducido en destrozos materiales y en víctimas, muchas, objeto
de su ira social. Su detención pone fin a este plan y deja el supuesto atentado
en una pesadilla que se difumina en el aire y que da la sensación de ser más irreal
e inventado que algo tangible, pero no nos llevemos a engaño. Este sujeto
estaba planeando algo muy grave y se había puesto manos a la obra, no se había
limitado a escribir las típicas frases en las que mostraba su odio y desprecio
al mundo que le rodea, cosa que es común en el comportamiento de todos los
sujetos que, potencialmente, realizan este tipo de actos. Muchos de ellos no
pasan de ahí, se llenan de ira y ésta les destruye por dentro y arruina sus
vidas, lo cual es muy triste para ellos y su entorno. Pero unos pocos logran
canalizar esa ira hacia el exterior, planean como vengarse de los que les
provocan esa frustración y angustia que sienten, y actúan. El último caso de
este estilo lo vimos en el estreno de la película de Batman, con aquel sujeto
que entró en el cine, disparó y mató a varios inocentes que estaban en la sala.
Aquella vez no se pudo impedir, esta sí.
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