viernes, octubre 05, 2012

A los psicóticos globales les salen imitadores


¿Quién no ha deseado destruir su universidad cuando estudiaba en ella? Todos, y creo que esta vez el genérico es muy cierto, hemos tenido, al menos, un día a lo largo de nuestra estancia estudiantil en el que hemos deseado mandar todo a la mierda, destrozar ese recinto maligno que tanto mal nos ha creado y disfrutar como críos viendo como se convierte en una montaña de inservibles ruinas. Evidentemente no lo hemos hecho, pero piense usted por un momento, libre de prejuicios, en ese día en que le suspendieron injustamente, o lo paso muy mal, y trate de rememorar los pensamientos que le surgían en su cabeza.

Una de las grandes diferencias que observo entre los, por así llamarlos, tiempos “ingenuos” de hace unas décadas y el presente es que todo tipo de planes e ideas, por muy descabellados, suicidas y retorcidos que sean, pueden ser hechos realidad. La tecnología ha puesto al alcance del ratón todo lo que uno desee para llevar a cabo el bien y, lamentablemente con más frecuencia, el mal. En este sentido es en el que produce escalofríos la detención ayer de un chaval que estaba preparando un atentado para destruir la universidad de Palma de Mallorca. Al parecer trataba de imitar el atentado que un grupo de críos paramilitares realizaron en el instituto Columbine de Colorado en 1999. Quizás estudioso de aquel repugnante suceso, y buscando una perfección que los asaltantes no lograron, el detenido tenía planeado no entrar disparando a un aula y cargarse sólo a los que allí estuvieran. No, su ambición era mucho mayor, ay que pretendía destruir el campus o, al menos, reducir algunos edificios a montones de escombros, a ser posible con los estudiantes dentro. En un comportamiento que a mi me recuerda más al asesino noruego Breivik que al del estudiante norteamericano, este joven no renunció a la compra de armas, acto que en España está muy controlado y podría delatar sus planes mucho antes de lo que desearía, pero centró sus esfuerzos en la compra de fertilizante, concretamente nitrato amónico, y otro tipo de sustancias químicas con las que, sin excesiva dificultad, uno puede fabricar una bomba de potencia y capacidad difíciles de imaginar, y todo ello a un coste muy reducido y sin levantar demasiadas sospechas. La imagen del alijo de sustancias aprendidas por la policía que ilustra la noticia en la web parece más la foto del almacén de un laboratorio de química de instituto que otra cosa. Con todo este material el “angelito” podría haber causado un desastre en el campus o en cualquier otro sitio, desastre traducido en destrozos materiales y en víctimas, muchas, objeto de su ira social. Su detención pone fin a este plan y deja el supuesto atentado en una pesadilla que se difumina en el aire y que da la sensación de ser más irreal e inventado que algo tangible, pero no nos llevemos a engaño. Este sujeto estaba planeando algo muy grave y se había puesto manos a la obra, no se había limitado a escribir las típicas frases en las que mostraba su odio y desprecio al mundo que le rodea, cosa que es común en el comportamiento de todos los sujetos que, potencialmente, realizan este tipo de actos. Muchos de ellos no pasan de ahí, se llenan de ira y ésta les destruye por dentro y arruina sus vidas, lo cual es muy triste para ellos y su entorno. Pero unos pocos logran canalizar esa ira hacia el exterior, planean como vengarse de los que les provocan esa frustración y angustia que sienten, y actúan. El último caso de este estilo lo vimos en el estreno de la película de Batman, con aquel sujeto que entró en el cine, disparó y mató a varios inocentes que estaban en la sala. Aquella vez no se pudo impedir, esta sí.

Ahora vendrá el trabajo de los psicólogos y especialistas, y ver si hay posibilidades de reconducir la personalidad de este sujeto a unos parámetros más normales, pero es seguro que le espera un calvario judicial y, probablemente, la cárcel, acusado de tentativa de asesinato múltiple. Hoy en Palma de Mallorca será un día soleado y radiante, con temperaturas agradables, y el campus universitario vivirá una jornada tranquila, de clases, actividad, esfuerzo y juerga, ajeno a la pesadilla que podría haberse abatido sobre el lugar el día menos pensado. Es inútil desearlo, pero ojalá que nunca ni allí ni en ninguna otra parte del mundo sucedan hechos de este tipo.

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