lunes, octubre 29, 2012

El huracán Sandy y la ciudad de Nueva York


Hoy, otra vez, toca huelga de metro en Madrid, por lo que vienen la mitad de los trenes habituales, o menos, y los apretones de cada día se convierten en estrujones mucho más serios. En cada parada se agolpan cientos de personas y los retrasos y molestias se acumulan a medida que pasan las horas. Muchos habrán optado por el coche y supongo que en las carreteras de circunvalación y accesos el tráfico será mucho mayor que en un día normal. Retrasos, enfados y algo de caos bajo un cielo azul y una temperatura de pocos grados sobre cero.

Si todos estos inconvenientes los causa una huelga de metro no quiero imaginarme lo que puede ser un huracán abatiéndose sobre la ciudad de Nueva York, que es lo que más o menos está a punto de suceder. Sandy, que así se llama la tormenta, posee categoría uno en la escala de medición, que va hasta el 5, y mantiene vientos sostenidos de poco más de cien kilómetros por hora y lleva una cantidad de lluvia en su seno capaz de inundar todo lo que se le ponga por delante. Para evitar males mayores, desde esta noche está suspendido el servicio de transporte público en la ciudad, lo que significa que no hay metro ni autobuses ni nada por el estilo. Algunos organismos como la ONU y la bolsa han decidido cerrar o realizar su trabajo al mínimo imprescindible, y es probable que ni hoy ni mañana haya mucha gente por las calles de Manhattan, en medio del viento y la lluvia. Lo que si habrá serán coches, sumidos en un más que probable atasco, intentando llegar a su trabajo o a citas que no eran aplazables, viendo llover al otro lado de su parabrisas y bajo un cielo oscuro y amenazante. Una ciudad es un organismo vivo, que posee su propio pulso, que tiene arterias y venas por las que circulan sus habitantes, y que soporta muy mal interrupciones de este tipo. Sandy actúa como una angina de pecho en el sistema circulatorio de Nueva York, colapsándolo, derrumbándolo, poniendo la ciudad patas arriba, y complicando de una manera indecible la vida a los residentes en el bosque de edificios, de los que es mejor que no salgan mucho, y de donde no podrán moverse porque es probable que no tengan medio para hacerlo. Pero no solo Nueva York se ve a esta hora sumida en este probable caos. Toda la costa Este de Estados Unidos, desde las Carolinas hasta Maine, está en alerta y con unas indicaciones y restricciones similares a las de la gran manzana. Washington DC, Richmond, Boston, Baltimore, y otras muchas ciudades han tomado medidas como las antes mencionadas y, en conjunto, el tráfico aéreo de la zona se encuentra bajo mínimos, sino completamente suspendido. Cerca de sesenta millones de personas se ven afectadas por el paso de Sandy, residiendo todas ellas en lugares que, gracias al cine o la televisión, nos son más familiares que el barrio cercano a nuestra casa, por lo que si vemos imágenes de árboles caídos, coches arrastrados por las aguas o eventos similares tendremos la tentación de pensar que no es sino otra película, en este caso algo fuera de horario. Esperemos que las consecuencias de la tormenta no sean graves, no se produzcan víctimas de ningún tipo y que, a parte de remojones sorpresivos, todo se quede en un susto, espectacular, sí, pero un mero susto sin consecuencias.

Pero pase lo que pase Sandy va a tener tres efectos difíciles de calibrar. Se va a cargar muchos de los planes de la noche de Halloween, dado que hasta el Miércoles no abandonará del todo la zona, va a causar pérdidas económicas por destrozos y, sobre todo, por cierre de comercios y tiendas y la falta de compradores, y va dificultar el voto anticipado para las elecciones de la semana que viene y obliga a suspender la campaña en Virginia, otro de esos estados decisivos. ¿A quién beneficia Sandy, a Obama o Romney? ¿O a ninguno? Seguro que en unas semanas, en función del resultado, alguien lo investiga.

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