Ya el Viernes pasado escribí una dura columna al respecto de
lo que está sucediendo en El País, centrada en al actitud impresentable, tanto
en el plano moral como en el económico, que mantiene su Consejero Delegado, el
amigo Cebrián, y que una vez leída asustó mucho a mi madre por lo que dije.
Espero que esta le guste algo más, aunque tampoco vaya a ser un artículo muy
alegre, y es que como es habitual en todos estos procesos, si no se atajan a
tiempo se pudren sin remedio, y El País se hunde poco a poco en una crisis que,
como bien
relata José Oneto en su columna de hoy, no deja de agravarse.
Hoy quería homenajear a un Periodista, con P mayúscula, de
El País, que ha contribuido a lo largo de estos treinta años a hacer de esa
cabecera algo grande. Si por algo leo y compro ese periódico desde hace muchos
años es porque posee, en mi opinión, la mejor sección internacional que se hace
en España en los medios impresos. Reportajes, crónicas y análisis, las primeras
páginas de El País para mi han sido la ventana ilustrada que me asomaba al
mundo desde hace mucho tiempo, y ese mérito hay que dárselo a los redactores y
corresponsales que, desde esas tribunas, son nuestros ojos y oídos en lugares
cercanos o distantes, pero en los que no podemos estar. Enric González ha sido
corresponsal, que palabra más entrañable, de ese medio escrito casi desde sus
inicios, y la “casa” le ha movido por medio mundo, haciéndole pasar por
Londres, Nueva York, Roma y Jerusalén, último destino en el que se encontraba
hasta ayer mismo, como quien dice la cosa. Veterano en el mundo de la prensa,
curtido por los años, sabio a base de aprender lecciones de manera agradable o
muy cruda, sus crónicas destilaban no solo la profesionalidad debida, sino la
mala uva que a los veteranos les va saliendo con los años a medida que empiezan
a ver lo que sucede antes de que ocurra, que logran saber que está pasando
cuando al resto de nosotros no nos parece que suceda nada novedoso. Amigo y
miembro de esa tribu de voluntarios, iluminados y, en algunos casos, chalados,
que se iban por el mundo de guerra en guerra bizcando al adrenalina del frente
para contárnoslo a los que, vagos y comodones, leíamos sus crónicas en el sofá
de casa, es González más amante de la vida urbana y moderna, de la ciudad, dura
pero brillante, que ofrece a quien se atreve a diseccionarla los mayores
placeres y las más inimaginables miserias, todo ello a veces concentrado en una
misma manzana de pisos. Frente al becario de guardia, correoso pero inexperto,
dominado por las prisas, barato para le empresa pero carente de visión a largo
plazo, González representa la figura del Periodista de toda la vida, del que se
las sabe todas y, pese a ello, día tras día aprende que sabe mucho menos de lo
que cree, que se levanta cada mañana con la sana y noble intención de informar
a desconocidos de lo que sucede a su alrededor, y lo trata de hacer de la
manera más honesta, fiel y sincera posible, del Periodista que, poseedor de una
ideología (todos la tienen, y usted y yo también) no deja que sea su visión
política la que empañe la imagen que transmite, sino que trata de alcanzar eso
que llamamos objetividad y que, en la mayoría de los casos, se resume en
sinceridad ante lo que uno ve, en coherencia con una trayectoria, y en intento
permanente de estar lo más lejos posible de las influencias del poder, político
y económico, que trata siempre de controlarlo todo y que, sabiendo lo precaria
que es la vida del periodista, encuentra en él la fruta más jugosa y accesible.
González era un fruto amargo para el poderoso, y de ahí que recelasen de él, y
eso es un inmenso haber en lo que hace a su labor profesional.
1 comentario:
Como él bien dice "he podido elegir": tiene su futuro encarrilado y además la oportunidad de acogerse a un ERE, como baja voluntaria, que puede beneficiarle. Me preocupan más los que no cuentan con colchón de caída ni futuro asegurado...
Publicar un comentario