martes, octubre 16, 2012

Tener el mundo a los pies


Solemos usar esta frase hecha para referirnos a situaciones metafóricas en las que un triunfador, en ámbitos distintos, logra el aplauso y el seguimiento de los demás. El político que gana las elecciones o el atleta que vence la carrera tiene al estadio, a los electores y al mundo del que hablemos a sus pies, es una maneras de expresas su, momentánea, superioridad. Sin embargo este Domingo, por primera vez, un hombre tuvo realmente el mundo a sus pies de manera literal, bajo la suela de sus zapatos. Ese hombre se llama Félix Baumgartner, y lo que hizo fue lanzarse a por él.

Es difícil encontrar un adjetivo que defina correctamente lo que hizo el amigo Félix el Domingo. Para unos es una proeza, y así lo pienso yo también, tanto como que es una temeridad sin mucho sentido más allá del espectáculo y la promoción de una conocida marca de bebidas energéticas. Pero lo cierto es que la tarde del Domingo muchos estábamos mirando las pantallas de televisión, en mi caso con unos amigos elorrianos en un local de Abadiano, y allí estaba todo el mundo embobado viendo la imagen de la cápsula mientras ascendía sin freno aparente, sumando pies y pies, metros y metros, hasta una altura descomunal, de 39 kilómetros, que es desde donde se tiró el bueno, o el loco, de Félix. La audiencia supongo que era tan masiva en aquel local como en otros, y en miles de hogares de todo el mundo, observando algo extraño, que difícilmente se puede calificar de deporte, pero que sí era todo un reto. En el momento en el que se abre la escotilla de la cápsula y los espectadores vemos, desde la espalda de Félix, el cielo azul y la negrura del espacio exterior, muchos nos dimos cuenta de que eso iba en serio, de que ese colgado, nunca mejor usada la expresión, se había aplantado en la estratosfera y de que a lo mejor se iba a tirar desde allí. En ese momento la similitud entre el habitáculo que veíamos en televisión y una cápsula espacial era total, y se me iluminó el espíritu al pensar que, aunque fuera un remedo, un pastiche alejado por completo de la grandeza del espacio, volvíamos por un instante a los tiempos en los que los astronautas, los valientes, los intrépidos… los colgados, se hacían con la atención de todo el mundo, congregaban delante del televisor a millones de personas que, ansiosas por saber si alcanzarían sus objetivos y llegarían sanos y salvos, animaban dese el jolgorio de sus casas el absoluto y eterno silencio que reina en las alturas. Por un instante Baumgartner se había convertido en astronauta, en un nuevo hito en una carrera espacial necesitada de ellos como el campo abrasado de agua, y pensaba para mis adentros en el impacto, inimaginable, que pudo tener en su momento la visión de la llegad del hombre a la Luna, y del espectáculo salvaje y mediático que supondría ese viaje hoy mismo, con los medios de comunicación y seguimiento que rigen y controlan nuestras vidas. Las audiencias serían planetarias, inmensas, los ingresos por publicidad y promoción de un alunizaje serían, valga el chiste, alucinantes, y quizás darían para sufragar el coste de la misión, auténtica y profunda causa por la que no se ha vuelto allá nunca más. Y luego mi cabeza seguía soñando, y llegaba a mi querido Marte, y en ese caso, con un largo viaje y de meses, volvía a pensar en patrocinadores que se lo tomarían como un concurso, y que financiarían la estancia en el planeta rojo los meses necesarios para traer de vuelta a los héroes, y lo veía tan posible y cierto como el cada vez más hinchado globo de Félix…

Y llegó el momento en el que, apoyado en una pequeña plataforma del lateral de la cápsula, Baumgartener tuvo el mundo a sus pies, miraba abajo y el planeta ofrecía su silueta esférica, preciosa, y al contrario que en los paseos espaciales, donde el astronauta busca las estrellas y el infinito, Félix saltó y emprendió su loca caída hacia el suelo, en busca de los récords de velocidad que alcanzó, no sin riesgo para su vida en los momentos en los que empezó a girar como una peonza. En apenas cinco minutos su paracaídas se desplegó y su forma rectangular, con un amplio y visible patrocinio, volaba libre sobre las planicies de Nuevo Méjico. Y Baumgartener lo logró, y mientras todos comentábamos lo que habíamos visto, mi cabeza seguía soñando con astronautas en el espacio….

2 comentarios:

peich dijo...

Bienvenido de vuelta¡¡¡ ya me imaginaba yo que hablarías de este viaje.

David Azcárate dijo...

Eso lo sabes porque eres brillante y sabes navegar en todas las aguas, gracias!!!