lunes, octubre 01, 2012

Apretujones en el metro


Es imposible entender una gran ciudad como Madrid sin el concurso del transporte público. Si ya de por sí los atascos y problemas de tráfico son habituales en el día a día, cualquier restricción en los servicios públicos colapsa la ciudad y la sume en el embotellamiento perfecto. El viernes, sumada la lluvia constante, fue un día de libro en este aspecto, y hoy, soleado y radiante, también lo será, gracias a los paros parciales en el metro y la EMT, autobuses, convocados durante la hora punta de la mañana y de la tarde. Y curiosamente me ha afectado más hoy que el Viernes.

Y es que a las dos paradas del comienzo de mi viaje hacia el trabajo mi línea ha colapsado, por así decirlo. UN buen rato parados en la estación sin saber porqué, apretujados unos contra otros, hasta que me he decidido a salir fuera a echar un vistazo y al fondo, junto a la cabecera del tren, se veía a personal del metro tratando de reanimar a alguien, imposible distinguir por la distancia sexo y edad, que seguramente había sufrido un desmayo ante el agobio y la presión. Se veía como al enfermo, tumbado en el suelo, le levantaban las piernas para que afluyera sangre a su cerebro, y a su alrededor varias personas observaban y se movían. Mal asunto, me cambio de línea, he pensado, y escaleras arriba y abajo hasta llegar a un nuevo andén, inhabitual en mi a esas horas, buscando componer una nueva ruta alternativa a la habitual. Cuando ha llegado el tren estaba, se lo supondrán, repleto, así que nueva sesión de empujones, esta vez entre absolutos desconocidos, y es que uno acaba por familiarizarse con los rostros que comparten viaje día a día en el recorrido habitual, mientras que esta vez todo el vagón me sonaba ajeno y nuevo. Sin embargo la sensación de agobio e incomodidad es la misma de siempre, y el presentimiento que a uno le entra de que como esto se mueva mucho o frene de golpe la hemos liado y alguien va a salir muy perjudicado no se va de la cabeza hasta que se llega al destino. Poco a poco hemos ido avanzando hasta llegar a otra bifurcación, tampoco la habitual, en la que he cogido la línea que me deja en el trabajo, y si en días normales cuando se abren las puertas de los vagones, la marabunta de gente que asalta las escaleras mecánicas impone, hoy directamente asustaba. Liberados de la presión, con retraso acumulado por la huelga y con ganas de dejar atrás el cubículo en el que estaban encerrados, una masa de muchísima gente (delegación del gobierno diría que cinco o seis) se abalanzaba a la salida asaltando la escalera y el pasamanos en una escena que, de haber personas en lo alto provistas de calderos hirvientes, bien podría ser la recreación de la toma de un castillo medieval. En esas ocasiones yo me pongo de perfil, me dejo arrastrar por la masa y no hago fuerza alguna en ningún sentido, y una vez que la avalancha me deposite en algún punto de la escalera me organizo y me quedo quieto o me posiciono como es debido. Pese a ello, siempre hay que aguantar a los provistos de mochilas, codos y ademanes violentos que tratan de ser los primeros en llegar arriba, quizás en la esperanza de que reciban un beso de la princesa del imaginario castillo, pero que llegado el caso no dudarían en arrojar por las escalas a sus compañeros de ascensión con tal de llegar a la meta Y total, para nada, porque luego desembocaba uno en el andén de destino y allí estaba otra versión de la marabunta esperando nuevos nutrientes en forma de despistados viajeros.

Pese a lo que pueda parecer, no ha sido, ni mucho menos, el peor de los viajes que he tenido en estos años en mi camino al trabajo, sólo uno de esos que califico como “alternativos” dado que tengo que romper el camino habitual al que ya estoy acostumbrado, que quizás no sea el más cómodo y eficiente, pero es el que se me hace familiar. Pero sí es cierto que la sensación de inicio de la mañana no es buena, entre otras cosas porque los agobios y apretujones le hacen a uno ver muchas escenas desagradables, carentes de educación y cargadas de mala leche y enojo. La vuelta será más tranquila.

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