Esta semana ha habido dos noticias relacionadas con los
terremotos que tienen mucha enjundia, por motivos muy distintos. Hoy no puedo
centrarme en una de ellas, pero es apasionante la conclusión a la que han
llegado unos científicos, que afirman que la
sobreexplotación del acuífero subterráneo aumentó los efectos del terremoto que
sacudió Lorca hace ya año y medio. Sin ese factor el terremoto se hubiera
producido, siendo como es una zona sísmica activa, pero hubiera sido de menores
dimensiones, causado menores daños y. ojalá, menos víctimas mortales. El asunto
merece seguirse con atención.
La otra noticia, fechada en Italia, y relacionada con el
terremoto que asoló la ciudad de L’aquila hace unos pocos años, no tiene nada
que ver con la ciencia y sí con al incultura, el prejuicio y el oscurantismo. Un
tribunal ha condenado con penas de seis años de cárcel a un grupo de científicos
por no haber alertado a la población del riesgo que corría. La pena que les
ha caído encima es de homicidio involuntario. Así, como suena. Se ampara el
juez en que días antes, los científicos dictaminaron que el riesgo sísmico de
la zona no era lo suficientemente grave como para esperar un movimiento de gran
intensidad, y que eso dio una falsa sensación de tranquilidad a la población y
agravó las consecuencias del temblor que se vivió en la zona pocos días
después. Reconozco que tuve que leer varias veces la noticia, en este y otros
medios, para darme cuenta de que esto era así. Inaudito. Y a la par que mi
asombro crecía mi indignación al ver como una sentencia de corte inquisitorial,
propia de la edad media, se había dictado en un avanzado país de la llamada
Unión Europea en el año 2012, y no se muy bien ni como canalizar esa
indignación sin que yo acabe siendo sentenciado, acusado de desacato, falta
ante la autoridad y lenguaje soez. Resulta que se ha condenado a las únicas
personas que velan y trabajan tratando de averiguar cuándo, cómo y dónde se va
a producir un terremoto, y que dejan su vida profesional y personal delante de
unas pantallas e instrumentos para averiguar todo lo que se pueda sobre esos
peligrosos fenómenos que, por su propia naturaleza, son impredecibles. No se ha
condenado a los constructores que, a buen seguro, se saltaron la normativa de
construcción antisísmica y edificaron bloques de pisos que se fueron abajo con
demasiada facilidad, atrapando a sus residentes, ni se ha condenado al
ayuntamiento o gobierno regional que, más que probablemente, permitió esas
edificaciones descontroladas, y no organizó planes de evacuación en caso de
terremoto, ni fue capaz de ofrecer asistencia a las víctimas cuando el evento
se produjo, ni a comenzado aún en serio las labores de reconstrucción de la
zona. Desde luego no se ha condenado ni a Berlusconi ni a ningún otro miembro
de su gobierno, que al poco del temblor se paseó por la zona para hacerse unas
fotos y que nunca volvió ni movió un euro para ayudar a los damnificados. No,
no, se ha condenado a unos científicos, los eslabones más débiles, los menos
poderosos, los más pobres y pringados, para que sirvan de chivo expiatorio y
todos los demás miembros de la sociedad y gobierno italiano, en sus más
diversas variantes, salgan indemnes de semejante desgracia. Es vergonzoso. Y
una muestra de incultura y superchería digna de una época oscura, llena de
brujería, maledicencia, ocultismo y superchería. Sólo la ciencia es capaz de
estudiar un fenómeno como el de los terremotos, y sólo con el trabajo de
profesionales como los condenados se podrá llegar a salvar vidas en el futuro,
pero acusarlos de haber provocado las consecuencias del terremoto es,
simplemente, una estupidez.
2 comentarios:
¿eso no se llamaba "matar al mensajero"?
Casi literalmente, qué forma más acertada de resumirlo... gracias!!!
Publicar un comentario