viernes, octubre 26, 2012

Una alcayata y una soga


Mira Domingo, que así se llama el protagonista, el suelo del salón de su casa, aún oscuro, en un día frío de otoño, buscando una luz que ni el sol es capaz de ofrecerle. Sujetando la soga que ha cogido del pequeño cuarto que usa como almacén, y mirando el techo de su casa, se pregunta una y otra vez cómo es posible que haya llegado hasta ahí, en que punto se equivocó, le engañaron o el mundo se puso en su contra, cuál fue el día en el que se dio cuenta de que todo lo que poseía no era suya, que se lo iban a quitar, y que se quedaría sin nada, cuándo fue ese maldito día.

De mientras se sube una mesa plegable y ata la soga al enganche de la lámpara del salón, que ha descolgado minutos antes, recuerda Domingo los años de bonanza, que para él nunca fue demasiada, pero le permitió ir tirando con su frutería, en una época en la que las señoras no miraban tanto el peso como ahora, eran muy exigentes y apartaban las piezas melladas, pero agotaban las existencias de las buenas, y poco a poco el negocio marchaba y la casa, que se había comprado con una hipoteca cara, era suya, y el negocio era suyo, y soñaba Domingo con ampliar aquella tienda si las cosas seguían así, y poco a poco hacer más negocio. Descolgando la soga del aplique la que ya esta unida para siempre recuerda Domingo cuando las cosas empezaron a ir mal, cuando en la tele salían personas trajeadas hablando de cosas que pasaban ene Estados Unidos, pero él seguía tranquilo porque el gobierno de aquí decía que no pasaba nada. Pero algo pasaba, porque sus clientes poco a poco dejaban de mirar con recelo a las frutas picadas y se las llevaban, pero en un paquete cada vez más pequeño, en el que el número de kilos no dejaba de disminuir. Día tras día las noticias de lo que pasaba en Estados unidos iban siendo reemplazadas por cosas malas que pasaban aquí, y Domingo empezó a asustarse. El negocio empezaba a no ir bien, y acabó yendo mal. Otras fruterías más baratas surgieron en la calle de al lado y muchos clientes empezaron a dejar su negocio. Con el paso de los meses los ingresos bajaron, las cuotas de la hipoteca siguieron y una noche de cuentas, de facturas y bolígrafos, a Domingo le dio un salto el corazón cuando se dio cuenta d que las cifras no le daban, de que empezaban a salir negativos por todos lados, de que su vida empezaba a no ser rentable económicamente, que es como ahora se mide todo. Angustiado, Domingo empezó a recortar su vida, a prescindir de todo lo prescindible, a reducir, a eliminar, a dejar, a renunciar… a conjugar verbos que hasta entonces le sonaban distantes y que, en un abrir y cerrar de ojos, se habían convertido en las expresiones perfectas para definir su vida. Y lo intentaba, día a día, pero al levantarse cada mañana la hipoteca seguía ahí, y su margen se reducía. De mientras hace un nudo corredizo recuerda Domingo el día en el que llego la carta, esa carta, esa maldita carta que tantas pesadillas le producía, emitida por su banco, que le avisaba de que llevaba un retraso en el pago de la hipoteca, y como en los toros, le apercibía de que no le quedaban más de dos oportunidades para dejar de pagar, que a la tercera iba la vencida. Y esa noche, en el mismo salón de su casa que ahora contempla subido desde una mesa, Domingo lloró, acurrucado en una esquina, deprimido porque su vida, que eran esas paredes, se derrumbaba, angustiado porque dominado por la vergüenza a nadie había contado su situación, y asustado porque en el momento más difícil de su vida estaba completamente solo. Y entonces, entre lágrimas, Domingo alzó la vista y vio en la lámpara su última escapatoria.

Sintiendo el nudo corredizo en torno a su cuello, mirando al suelo en el que pasó momentos felices y ahora no hay nada salvo unas cartas remitidas por un juzgado avisándole del desahucio, imagina Domingo cómo reflejarán los medios lo que va a hacer, si es que alguno habla de ello, pero cree que al día siguiente nadie hablará de ello, ocupado como está el pueblo y sus gobernantes de, como ellos dicen, asuntos mucho más importantes que a él ni le van ni le vienen, y que ya no van a solucionar ninguno de sus problemas. Y antes de dar una patada en la mesa, Domingo vuelve a mirar al techo y piensa en ese maldito día en el que se dio cuenta de que su vida había entrado en un callejón sin salida, y cierra los ojos y…

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