Este mes de Octubre se cumple el primer aniversario del
derrocamiento y asesinato de Gadafi en el marco de la revolución o guerra
libia, que como vimos hace unas semanas tras el asalto al consulado
norteamericano en Trípoli sigue siendo un hecho complejo, violento y
descontrolado. Y ya han pasado doce meses desde que vimos aquellas imágenes
temblorosas y de poca definición, en la que un Gadafi ensangrentado es
encontrado por milicianos opositores y, zarandeado, vejado y golpeado, muere en
medio de la turba, que lo celebra como un trofeo de caza, como la pieza más
preciada.
Era una escena típica de linchamiento en al que el autor
final de la muerte del hombre no tiene nombre, es la turba la que le mata. O
eso pensábamos hasta ayer, cuando se hizo pública una información que, de ser
cierta, no sólo cambiaría por completo la interpretación de esa escena, sino
que dejaría a la mayor parte de los guionistas de Hollywood a la altura de
meros aprendices. Resulta
que el que mató a Gadafi pudo ser un agente de los servicios secretos franceses,
que llevaba mucho tiempo infiltrado en el entorno local y que esperó su oportunidad
hasta que se presentó junto a aquellos desagües en los que se encontraba el
dictador. La historia es tremenda y algo compleja, y empieza en los rumores
que, ya hace algunos años, vinculaban a Gadafi con la financiación de la
campaña de las presidenciales de Sarkozy (todavía se acuerdan de él, verdad?)
en una época en la que muchos dirigentes occidentales veían en el tirano de
Trípoli a un aliado fiel y a un suministrador fiable de petróleo y gas de muy
alta calidad. Para que la historia cuadre esos rumores de financiación ilegal
de la campaña debieran describir un hecho real, y grave, y ante la posibilidad
de que en algún momento dado Gadafi usara esta información para chantajear al
presidente de Francia, o que la historia en sí saliera a la luz, Sarkozy
organiza un plan cuyo objetivo es matar al dictador, y así acallar la principal
fuente de la noticia, y envía a Trípoli uno o varios agentes secretos con el
objeto de infiltrarse en las estructuras de poder de Gadafi y, cerca de su
entorno, aprovechar la mejor oportunidad posible para matarlo. Y así están las
cosas cuando surge el estallido de la guerra libia, espontáneo o no, y Francia
ve allí la oportunidad de oro de no sólo acabar con el dictador sino con todo
su régimen de una tacada, y se pone el frente de los países occidentales que
reclaman la intervención militar, consiguiendo movilizar al Consejo de
Seguridad de la ONU en su empeño y sustituyendo a unos indolentes EEUU al
frente de la operación de vigilancia del espacio aéreo. Esto permite que los
rebeldes no sean masacrados por el ejército del dictador y su avance se cierne
sobre Trípoli a cada vez mayor velocidad. Sin embargo Gadafi, que lleva huyendo
y escondiéndose toda la vida, es listo y se vuelve muy difícil hallar su
paradero real, y aquí aparece un giro aún más rocambolesco en la historia, que
la vuelve apasionante y aún más asquerosa si cabe, y es que Gadafi es
traicionado por Bashar al Asad, el dictador sirio, a cambio de que Francia
reduzca la presión sobre su régimen y no apoyen a los rebeldes que hostigan
Damasco. Según esta fuente Al Asad vende a Sarkozy el teléfono por satélite de
Gadafi, y esto permite localizar en el terreno libio a nada que lo use un
instante. Puede que así es como se supiera la posición del convoy en el que
viajaba el dictador y que resulto ser atacado por aire por parte de aviones de
la OTAN. Y por allí, desde hace mucho tiempo, se encontraba, junto al dictador,
el agente encubierto, que vio su gran oportunidad, la aprovechó y, entre el
tumulto, mató al dictador.
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