lunes, octubre 26, 2015

Arte en la pelu (para ABG, y sus amigas E, T y S)

No suelo hablarles mucho en este blog de mi vida personal porque ni es el objeto del mismo ni, seguro, les interesan las escasas andanzas de mi persona, que no destaca por su actividad social ni por vivir experiencias al límite, como ahora se ha puesto de moda experimentar cada fin de semana. Sin embargo, de todo tiene que haber excepciones, y este viernes tuve la oportunidad de vivir una tarde noche diferente, de esas que sólo se pueden vivir en las ciudades cosmopolitas, de esas en las que me siento tan desubicado como en tantas otras, y que creo merece ser relatada, aunque en el fondo pueda parecerles de lo más normal.

La cosa empezó en una peluquería moderna, de esas en las que parece que hay expositores de joyas en vez de secadores y tijeritas, en pleno barrio de Chueca. En ese local mi amiga ABG exponía algunos de sus cuadros, y los vendía, y con motivo de su próximo traslado de residencia, organizó una especie de fiesta de despedida con una Dj, música tecno suave y algunos vinos y aperitivos. ¿Nunca han estado en una peluquería en fiesta exposición de arte moderno? ¿No? Yo tampoco, hasta este viernes, claro está. A la fiesta fue llegando gente de lo más variada, cuyo nexo en común era ser amigos de ABG. Nos reunimos un curioso grupo de chicos y bellas chicas en la que abundaban todas las profesiones posibles, a excepción de las más habituales. Consultoras, funcionarias, artistas estudiantes, peluqueras (sí, había competencia invitada), empleados de agencias de noticias, freelance relacionados con la fotografía y el diseño… de todo un poco. En un momento dado todos estábamos hablando unos con otros, con la música y cuadros de fondo, y en un lateral otro grupo de personas, que no eran de nuestra fiesta, charlaban animosamente entre ellas, pero la cuestión es que ninguno hacía uso de los servicios de la peluquería, aunque sí ocasionalmente de los baños. Comenté a algunas personas con las que charlaba que cada vez me daba más la sensación de encontrarme en medio de una escena de película de Woody Allen, ya saben, de ese tipo en la que un montón de personas sofisticadas charlan animosamente en un escenario moderno a más no poder, rodeados de arte, filigrana y con las atestadas calles de Manhattan de fondo, sobre la vacuidad de la vida, el existencialismo, los diferentes tonos del color blanco y otras cuestiones por el estilo. Varios de los asistentes me dieron la razón, y aunque nadie lo dijo, creo que yo era el candidato ideal a hacer de Allen, pero sin sus rizos en la cabeza ni su genio en la mente, claro está. Comenté esta idea a ABG y la verdad es que ella no lo veía nada claro, quizás porque estaba en la gloria por ver a sus amigos junto a ella y su obra, pero su expresión era la de una protagonista de las películas del bueno de Allen, llena de sorpresa y de interés ante mis apreciaciones. Al cabo de unas horas varias de las personas de la fiesta tuvieron que irse, no sin antes despedirse de la agasajada, a la que probablemente no vean, veamos, en un tiempo indefinido (eso es habitual dada su volátil y agitada vida) y finalmente nos quedamos ABG, tres amigas suyas y yo, y dada la hora que era, y que el hambre acuciaba, optamos por irnos a cenar. La oferta del barrio es inmensa, lo que complica muchas veces la elección, y tras dar alguna vuelta y ver que también la duración de los locales en Chueca es tan efímera como la solidez de los partidos de izquierdas, nos decantamos por un mejicano, entre otras cosas porque E, una de las amigas, había residido un largo tiempo en ese país y le apetecía recordar tiempos pasados.

Así que imagínense la escena. Noche en Chueca, gente por todas partes, más en una sola calle de la que pueda concentrarse en mi pueblo en fiestas, temperatura agradable, y mi humilde persona en una mesa acompañado de ABC, E, T y S, cuatro mujeres bellas y agradables como ninguna otra, sentados los cinco junto a un ventanal en el que pasaba mucha gente que, como algunos de los del restaurante, se quedaban mirando a las cuatro cariátides y al que las acompañaba. Y con esa sensación de infantil ego desmedido que me desbordaba, de ser el protagonista de una noche de película, iban saliendo platos, a cada cual más extraño, mientras en mi mente sonaba la “Rapsodia in Blue” de Gershwin y mi Allen interior empezaba a pensar en Manhattan…

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