No suelo hablarles mucho en este
blog de mi vida personal porque ni es el objeto del mismo ni, seguro, les
interesan las escasas andanzas de mi persona, que no destaca por su actividad
social ni por vivir experiencias al límite, como ahora se ha puesto de moda
experimentar cada fin de semana. Sin embargo, de todo tiene que haber
excepciones, y este viernes tuve la oportunidad de vivir una tarde noche
diferente, de esas que sólo se pueden vivir en las ciudades cosmopolitas, de
esas en las que me siento tan desubicado como en tantas otras, y que creo
merece ser relatada, aunque en el fondo pueda parecerles de lo más normal.
La cosa empezó en una peluquería
moderna, de esas en las que parece que hay expositores de joyas en vez de
secadores y tijeritas, en pleno barrio de Chueca. En ese local mi amiga ABG
exponía algunos de sus cuadros, y los vendía, y con motivo de su próximo traslado
de residencia, organizó una especie de fiesta de despedida con una Dj, música
tecno suave y algunos vinos y aperitivos. ¿Nunca han estado en una peluquería
en fiesta exposición de arte moderno? ¿No? Yo tampoco, hasta este viernes,
claro está. A la fiesta fue llegando gente de lo más variada, cuyo nexo en
común era ser amigos de ABG. Nos reunimos un curioso grupo de chicos y bellas
chicas en la que abundaban todas las profesiones posibles, a excepción de las
más habituales. Consultoras, funcionarias, artistas estudiantes, peluqueras
(sí, había competencia invitada), empleados de agencias de noticias, freelance
relacionados con la fotografía y el diseño… de todo un poco. En un momento dado
todos estábamos hablando unos con otros, con la música y cuadros de fondo, y en
un lateral otro grupo de personas, que no eran de nuestra fiesta, charlaban
animosamente entre ellas, pero la cuestión es que ninguno hacía uso de los
servicios de la peluquería, aunque sí ocasionalmente de los baños. Comenté a
algunas personas con las que charlaba que cada vez me daba más la sensación de
encontrarme en medio de una escena de película de Woody Allen, ya saben, de ese
tipo en la que un montón de personas sofisticadas charlan animosamente en un
escenario moderno a más no poder, rodeados de arte, filigrana y con las
atestadas calles de Manhattan de fondo, sobre la vacuidad de la vida, el
existencialismo, los diferentes tonos del color blanco y otras cuestiones por
el estilo. Varios de los asistentes me dieron la razón, y aunque nadie lo dijo,
creo que yo era el candidato ideal a hacer de Allen, pero sin sus rizos en la
cabeza ni su genio en la mente, claro está. Comenté esta idea a ABG y la verdad
es que ella no lo veía nada claro, quizás porque estaba en la gloria por ver a
sus amigos junto a ella y su obra, pero su expresión era la de una protagonista
de las películas del bueno de Allen, llena de sorpresa y de interés ante mis
apreciaciones. Al cabo de unas horas varias de las personas de la fiesta
tuvieron que irse, no sin antes despedirse de la agasajada, a la que
probablemente no vean, veamos, en un tiempo indefinido (eso es habitual dada su
volátil y agitada vida) y finalmente nos quedamos ABG, tres amigas suyas y yo,
y dada la hora que era, y que el hambre acuciaba, optamos por irnos a cenar. La
oferta del barrio es inmensa, lo que complica muchas veces la elección, y tras
dar alguna vuelta y ver que también la duración de los locales en Chueca es tan
efímera como la solidez de los partidos de izquierdas, nos decantamos por un
mejicano, entre otras cosas porque E, una de las amigas, había residido un largo
tiempo en ese país y le apetecía recordar tiempos pasados.
Así que imagínense la escena. Noche en Chueca,
gente por todas partes, más en una sola calle de la que pueda concentrarse en
mi pueblo en fiestas, temperatura agradable, y mi humilde persona en una mesa
acompañado de ABC, E, T y S, cuatro mujeres bellas y agradables como ninguna
otra, sentados los cinco junto a un ventanal en el que pasaba mucha gente que,
como algunos de los del restaurante, se quedaban mirando a las cuatro cariátides
y al que las acompañaba. Y con esa sensación de infantil ego desmedido que me
desbordaba, de ser el protagonista de una noche de película, iban saliendo
platos, a cada cual más extraño, mientras en mi mente sonaba la “Rapsodia in
Blue” de Gershwin y mi Allen interior empezaba a pensar en Manhattan…
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