La noticia del puente es el
cruel atentado perpetrado el Sábado en Ankara durante una manifestación a
favor de la paz y por la búsqueda de un acuerdo entre el gobierno turco y los
rebeldes kurdos. Los convocantes, en su mayoría fuerzas opositoras al régimen
de Erdogan, ya habían sufrido acosos en anteriores manifestaciones, pero nada
que ver con lo que pasó junto a la estación central de Ankara. La acción de dos
terroristas suicidas provocó una matanza en al que se estima en cien (sí, cien)
el número de fallecidos y muchos más los heridos. El gobierno apunta al DAESH
como autor material de semejante atrocidad.
Y todo ello apenas a dos semanas
y media de las elecciones que, convocadas de urgencia, vuelven a llamar a votar
a los turcos después de haberlo hecho el verano. En esos comicios Erdogán,
hombre fuerte del país y representante de un islamismo cada vez menos moderado,
perdió su mayoría absoluta, que necesitaba como agua de mayo para poder
reformar la constitución y perpetuarse en un poder cada vez más absoluto. Ese
era el fondo de su programa electoral, y no lo logró. Durante estos meses han
transcurrido numerosas reuniones entre partidos y dirigentes que no han llegado
a un acuerdo de gobierno, fruto de lo cual se vuelven a convocar elecciones.
Pero durante estos meses también han sucedido otras cosas muy preocupantes en
Turquía. Varios han sido los atentados que, algunos con decenas de muertos, han
golpeado al país, especialmente en las provincias más al este, limítrofes con
la pesadilla siria y la zona kurda. La más violenta de ellas, sucedida hace un
par de meses, causó treinta muertos en otra manifestación antigubernamental.
Erdogán, indignado, acusó al DAESH de ser los autores de la matanza y empezó
una campaña de bombardeos en Siria contra las posiciones islamistas, pero que
en apenas horas derivó en un masivo ataque contra los kurdos, con los que
existe un conflicto desde hace muchas décadas en el país, y que resultan ser
los principales combatientes contra los islamistas. Erdogán lanzó sus fuerzas
contra los kurdos y estos rompieron el alto el fuego que llevaba en vigor
varios años, y empezó una espiral de acción y reacción que ha inestabilizado
mucho el país y le amenaza con volver a los años del miedo, en los que los
atentados del PKK sembraban de terror las ciudades turcas y el gobierno usaba
todos los métodos imaginables para acabar con la guerrilla. Así, en estos meses
de interregno electoral, Turquía ha avanzado muchos pasos hacia el borde del
precipicio. Sin embargo, nada es comparable a lo sucedido el sábado, que supone
un salto cualitativo tremendo en lo que hace al número de víctimas, expresamente
buscado por los autores dada la concentración de personas que acudió a la
manifestación. Los kurdos se han desvinculado de ese atentado con toda la
rapidez y fuerza que han podido y han decretado un alto el fuego hasta, si no
me equivoco, la celebración de las elecciones. Eso nos deja, excluyendo las
teorías conspiranoicas que señalan a fuerzas del gobierno turco, a DAESH como
autor material o intelectual del acto ¿Por qué lo ha hecho? Quizás por
venganza, por la colaboración del gobierno turco con la coalición
internacional, que bombardea posiciones islamistas en Siria, o por el apoyo que
ofrece a los refugiados que, por millones, se asientan en suelo kurdo.
O puede que DAESH, con ese acto,
busque radicalizar aún más al gobierno turco y agravar la crisis que sacude al
país. Y para estos fanáticos ya se sabe que cuanto peor, mejor. Los días
transcurridos desde el atentado muestran disturbios, enfrentamientos y choques
entre manifestantes y fuerzas del gobierno que, unos deplorando el atentado,
otros buscando la seguridad, se enfrentan en las calles de Ankara y otras
ciudades (parece que, de momento, en Estambul la cosa está más tranquila)
dejando la imagen de una Turquía inestable y en riesgo de fractura. Otra pieza
del tablero de oriente próximo que amenaza con saltar por los aires. Y ya son
demasiadas
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