Hay noticias que, al leerlas me
entra la duda sobre cuánta gente las entenderá, y no porque el periodista no lo
haya contado bien, no, sino por lo ajeno, lo exótico e incomprensible del
asunto para una gran parte de la población. El otro día leí una de esas que, me
temo, mis padres jamás comprenderían y que, por mucho que se lo explicase, no
dejarían de mirarme con una cara rara pensando en su interior “otro que se ha
vuelto tonto en la ciudad”. Y quizás esa sea la única manera de comprender la
noticia en sí, su significado y sus consecuencias. La tontería que nos invade,
especialmente a los urbanitas, que vivimos en nuestra burbuja, muchas veces
ajena al mundo real.
Para empezar, ¿qué es un hípster?
Es el nombre que se le ha dado a una tribu urbana de modernos que viven en las
ciudades. De pobladas y cuidadas barbas, vestimentas caras pero que simulan ser
antiguas, gusto por la comida orgánica y natural, las bicicletas de piñón fijo y
la cultura en formato clásico (libros de papel y discos de vinilo) su presencia
se percibe en muchos barrios del centro de las ciudades, en Madrid pululan por Malasaña,
barrios que antiguamente estuvieron, en muchos casos, degradados, y con el
tiempo se han vuelto a poner de moda. Fíjense lo importantes que son que el término
hípster lo entiende el diccionario del Word en castellano. La presencia en sus
calles de estos personajes, junto con otros de igual o mayor nivel económico,
ha provocado que esos barrios degradados se revitalicen, sí, pero que vean también
cómo el precio de los locales, viviendas y, en general, la vida, se haya
disparado con la llegada de los nuevos vecinos. En muchos casos se ha dado un proceso,
que se denomina gentrificación (palabra compleja, pero que el Word también reconoce)
que hace referencia a la expulsión de los residentes tradicionales de esos
barrios, que no pueden soportar el alza de los precios. La moda hace que el
lugar se vuelva exclusivo, caro, y echa de allí a quien no tiene la renta
necesaria para mantenerse. La zona luce moderna y vital, pero esconde una
desigualdad de rentas tremenda que, con el tiempo, se va igualando dado que los
de menor poder adquisitivo acaban largándose a otro lugar. Este proceso se ha
dado en muchas ciudades y barrios del mundo, y va a más, y ha sido estudiado por
economistas y urbanistas, porque genera efectos de todo tipo en el tejido
social de las zonas afectadas. Es como el proceso de creación de burbujas pero
constreñidas a determinadas zonas de una ciudad, y motivadas por el afán de
estar allí porque la moda lo dicta. Lo más irracional del mundo es capaz de
provocar efectos intensos y duraderos en el mundo real. En el caso de Londres, al
proceso de gentrificación de muchos de sus barrios se une el disparo de precios
que vive toda la ciudad, que cabalga a lomos de una enorme burbuja financiera,
que es la que alimenta la construcción que llena de grúas y nuevas torres el
perfil de la capital británica. Muchos barrios ven como la expulsión
residencial llega mucho antes de que se pongan de moda, porque los precios del
suelo de esas zonas ya resultan lo suficientemente atractiva para que los
residentes vean a la piqueta merodear por sus calles y a las grúas, como los trípodes
de HG Wells, aparecer por una esquina dispuestas a levantar edificaciones de
lujo, en la que vivirán, también, un número no pequeño de hípsters. Ayer
pudimos ver el disparatado precio que se puede llegar a pagar por dormir en una
cama en el hueco de una escalera, como si de Harry Potter se tratase en la
casa de sus tíos. Así están las cosas en la City y sus, cada vez más extensos,
alrededores.
Y es en este contexto donde se produce la notica.
El
ataque, por parte de un grupo de anarquistas, a un local regentado por un par
de gemelos hípsters, que regentaban un café donde vendían cuencos de
cereales caros, implantado en el barrio de Soreditch, que es de renta baja pero
que ha entrado en el radar de los modernos y el dinero. Lean la crónica, muy
bien escrita, que yo no seré capaz de relatársela mejor, descubran las
contradicciones que se esconden entre los propios atacantes y, sobre todo, asómbrense
de una historia que, en su fascinante complejidad, revela muy bien algunas de
las corrientes de fondo que existen en nuestras ciudades. Corrientes que son incomprensibles,
pero que funcionan, arrastran y, como las inservibles maquinillas de afeitar
para esos modernos, cortan.
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