A dos meses de las elecciones, y
en un país donde los debates electorales, si llegan a darse, son tan tasados
que se convierten en una parodia de sí mismos, ayer
La Sexta, con el programa Salvados, dio un campanazo con la organización de un
debate entre Albert Rivera y Pablo Iglesias. En un formato nada habitual,
en la mesa de un bar, con más puesta a punto de la que parece, pero muchísima menos
que la de los cara a cara electorales a los que nos acostumbramos, con un
moderador poco moderado y una realización y edición correcta, los dos candidatos
emergentes se vieron las caras y discutieron sobre lo que les une y, sobre
todo, separa.
Hace no muchos meses este encuentro
sería imposible. Podemos estaba en la cresta de la cresta de la ola y su líder
no admitía encuentros que no fueran con Rajoy, dado que las encuestas le daban
como la formación a batirse con el PP. Ciudadanos, por su parte, alcanzaba
bonitos porcentajes de voto que apenas llegaban a rozar el 10% y se situaba en
una cuarta y distante posición respecto a los tres grandes. Ahora, a dos meses
de la consulta real, la situación es muy distinta. La burbuja Podemos parece
desinflarse a cada día que pasa, víctima del ataque del resto de formaciones y,
sobre todo, de sus propios errores, y Ciudadanos ha entrado en eso que en Bolsa
se llama “subida libre” ganando porcentajes de voto en cada encuesta y, tras el
espectacular resultado de las elecciones catalanas del 27S, emergiendo no ya
como una nueva fuerza, sino como una capaz de condicionar la gobernabilidad de
España. Y algo de esto se pudo ver en el debate de ayer. La locuacidad y
capacidad de argumentar de ambos candidatos es obvia, y muy grande. Pueden
debatir sobre casi todo y, desde posturas casi antagónicas, exponer ejemplos y
teorías que sostengan sus argumentos sin recurrir a leer ni a apoyos. Saben de
lo que hablan y se nota. Y a la hora del enfrentamiento, resulta claro ver las
limitaciones del modelo que ha aupado a Podemos a los cielos y ahora parece que
hace que, desde ahí, caigan a alta velocidad. El discurso de Iglesias, basado
en la indignación, la ira y el castigar a los culpables de nuestro desastre, más
allá de los a mi ver profundos errores ideológicos en los que se basa, no
ofrece alternativas. Iglesias es el perfecto candidato para una comuna, para
una revuelta que tome el Palacio de Invierno, que asalte los cielos, como él
mismo afirmó en uno de sus primeros mítines como cabeza de la formación. Podemos
vivió su época de gloria cuando la ira nacional estaba en máximos, cuando todo
era un desastre y había que destruirlo. Pero tras esa ira ha venido lo que
suele suceder, no la resignación, aunque algo de eso hay, sino la necesidad de
cambiar y reconstruir las cosas que han funcionado mal. Desde hace meses suelo decir
que, en plan caricatura, Podemos es un partido de protesta y Ciudadanos lo es
de propuesta. Rivera, un señor muy listo que lleva casi diez años luchando en
la política catalana con todo y todos en contra, vio que había una ventana de
oportunidad en esa ira colectiva para ofrecer no venganza, sino alternativas.
Frente a un PP noqueado que trata de salvarse, sin proyecto a futuro alguno, y
un PSOE que se ofrece como la tabla de salvación de la izquierda pero sin
cambiar nada y sabiendo cómo lo hizo de mal hace apenas cuatro años, Rivera se
dio cuenta de que muchos electores, de izquierda y derecha, pero sobre todo los
moderados, estaban huérfanos y decepcionados. Además de los indignados de las
barricadas había todo un país que quería y necesitaba un discurso regenerador,
una visión nueva que, cogiendo ideas de uno y otro lado, con la limpieza por
delante y sin dogmatismos, construyera una alternativa de gobierno no sólo para
echar a los que ahora están, sino para hacer política distinta, o al menos
intentarlo.
Eso es lo que se vio en el debate de ayer. A
medida que avanzaba quedaba claro que Iglesias tira mucho de consigna pero que
desconoce realmente que es lo que quiere hacer, más allá del recurso a la
intervención estatal, que no es la panacea, ni mucho menos (nada había más público
que Bankia o Caixa Catalunya). Rivera ganó porque propuso ideas, alternativas
y, sobre todo, porque hubo muchas cosas que se negó a prometer porque no se veía
capaz de hacerlas o de poder abordarlas. La soberbia caliente de Podemos frente
a la seria frialdad de Ciudadanos. Eso es lo que se vio ayer, en un debate de
verdad, como quizás nunca se ha dado en España de cara a unas generales. Mis
felicitaciones a ambos. Y que cunda el ejemplo.
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