Definitivamente Siria se va a
convertir en la máquina de picar carne más efectiva de nuestro tiempo. Las
víctimas causadas por esa guerra empiezan a ser no incontables, sino todo lo
contrario, una inmensa cuenta de muertos que no deja de crecer sin fin. A la
lucha de todos contra todos que se desarrollaba en las arenas del antiguo país
de oriente medio, donde eran cuatro los bandos enfrentados (Asada, sus
opositores no islamistas, Al Queda y DAESH) se
ha unido desde ayer el ejército ruso, que ya había actuado en la guerra de
una manera encubierta, muchas veces negada, pero que por fin ha decidido
anunciar en público su intervención. Y sin duda ninguna. Al lado del amigo y
aliado Asad.
Putin ha vuelto, otra vez, a
dejar en ridículo a casi todos. Tras unas reuniones celebradas en Nueva York en
el marco de la Asamblea General de la ONU, en las que se vio claramente el
agrio clima que preside las relaciones de Rusia con occidente, el amigo Vladimir
ha optado por actuar, y que el resto opine lo que quiera. Ya en Ucrania pasó lo
mismo y nadie parece dispuesto a dar marcha atrás a la anexión de Crimea. Con
una economía en grave crisis, con las materias primas, principal fuente de
riqueza de Rusia, en absoluto declive de precios, y un rublo que apenas puede
comprar nada del exterior, Putin, a quien parece que nada de esto le importa, y
menos el efecto sobre la población rusa, ha decidido ponerse nuevamente al
frente de su glorioso ejército, y como en uno de esos reportajes de autobombo
en los que aparece luciendo tipo haciendo el machito, se ha lanzado a la guerra
de Siria sin contar con la opinión de nadie. Y lo hace apoyando sin fisuras a
Asad, su aliado en la zona, un criminal de guerra, un sanguinario y apestoso
dictador, que es visto con relatividad por parte de muchas cancillerías
teniendo en cuenta a los bárbaros a los que se enfrenta (Al Queda y, sobre
todo, DAESH). Pero Putin, al igual que el turco Erdogán, está usando la amenaza
islamista de una manera torticera para actuar en su propio beneficio. El
dirigente turco usa a DAESH de excusa para atacar a los kurdos y tratar de
eliminarlos de su país, y Putin también utiliza a DAESH como argumento para
bombardear posiciones de la resistencia civil a Asad, de los opositores, los
pocos que quedan, no vinculados al islamismo. Ninguno de los dos ataca a los
islamistas, sino a los moderados que se enfrenta o a Asad o a DAESH. Es el
mundo al revés, una absoluta locura. Putin parece pensar que, mientras logre
que su aliado se perpetúe en el poder y mantenga de esta manera sus intereses
militares y estratégicos en la zona, la barbarie islamista es un problema menor
del que se podrá ocupar en el futuro, pero que no es prioritario. Esta
estrategia favorece a Asad, obviamente, pero también al propio DAESH, que ve
como alguna de las facciones que podría robarle protagonismo en su afán de
convertirse en la fuerza hegemónica en la zona son eliminadas por terceros.
Casi no tiene que hacer nada más que esperar sentada a que Rusia acabe su
trabajo y extermine a todos los opositores que no son ellos, y luego reanudar
sus ataques. Demencial. Además, esta toma de posición rusa nos pone a todos en
un brete, porque la inacción de occidente en la guerra, el abandono a los
opositores legítimos a Asad y nuestras enormes dudas y miedos sobre lo que
hacer allí nos colocan no sólo en un bando perdedor, que también, sino en una
posición, hasta cierto punto, traidora, tanto a nuestros intereses como a los
de la población civil siria, masacrada por todas partes, a los que no ayudamos
en ningún aspecto, ni vamos a mover un dedo para salvar.
Y claro, esos civiles sirios sólo ven una salida
a esta locura, que es la que casi con toda seguridad utilizaríamos usted y yo.
Salir corriendo, huir, escapar a cualquier parte. La guerra no hace sino
aumentar en intensidad, extensión y virulencia, y la entrada de nuevos actores
y tensiones en escena sólo provoca que se vuelva aún más peligrosa y compleja.
Los riesgos de que una actuación militar occidental ocasiones bajas en el bando
ruso son, ahora mismo, ciertos, y pensar en esa mera posibilidad genera miedos,
lógicos, en medio mundo. Siria se puede convertir, como fueron muchos países latinoamericanos,
en el pasado, en campo de batalla de EEUU y Rusia, por vía interpuesta o
directa. Y eso suena demasiado a guerra fría como para no alarmarse. Nada bueno
viene de Siria ni, temo, vendrá en bastante tiempo.
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