jueves, octubre 22, 2015

El tesorero convergente

Si no me equivoco Francisco Ibáñez ya ha publicado un nuevo álbum de Mortadelo y Filemón, centrado en las próximas elecciones generales de Diciembre, y seguramente sus ventas serán muy buenas, pero es difícil que supere los registros alcanzado por el número anterior, titulado “El Tesorero” en el que un señor atildado, de pelo engominado, abrigos de estilo mafioso, amante de meter el dedo en el ojo de los demás y quedarse con sus carteras, regenta las finanzas del Partido Papilar y trae por la calle de la amargura a nuestros queridos agentes para descubrir si en sus tejemanejes y viajes a Suiza y otros destinos exóticos se esconde una trama de corrupción. Cualquier parecido con la realidad, ya saben, es pura coincidencia.
Ayer cayó otro tesorero, llamado Andreu Viloca, en este caso de Convergencia. Es un personaje mucho menos mediático, de pelo canoso, con entradas, gafas moderadas y aspecto tranquilo, nada que ver con el apuesto Bárcenas, pero que en el fondo resulta ser el mismo, el responsable, el urdidor, todo ello con el consabido presunto por delante, de una trama destinada a cobrar mordidas para beneficiar a las cuentas de su partido. Tanto el PP como Convergencia, y todos los demás, lo nieguen o no, recurren a tretas y tácticas muy similares para obtener unos ingresos que, por la vía legal, les serían completamente imposibles, y que supondrían en fin de sus estrategias y campañas políticas por sequía monetaria. La trama habitualmente se basa en el cobro de mordidas, comisiones ilegales a contratistas púbicos, que durante el periodo de permanencia del partido en el gobierno, requieren que éste se fije en ellos para adjudicarles contratos. Muchos de estos contratos no son potestad gubernativa, discurren por los cauces administrativos corrientes y apenas son objeto de chanchulleo, pero otros, a veces los más relevantes en lo que hace al presupuesto e importancia de la obra, si adquieren un carácter discrecional que permite introducir “condiciones” externas. En el caso catalán es todo eso que se engloba en “el 3%”, aquella acusación que Pascual Maragall dejó caer en el Parlament cuando llegó al gobierno de la Generalitat y que causó no un gran revuelo, no, sino un asombroso silencio, un silencio de los corderos, que les retrataba como culpables. Nunca más Maragall hizo referencia a ese asunto, ni la prensa catalana, que vive de las subvenciones del gobierno, investigó, ni la prensa madrileña, a la que se le hizo ver que no convenía hurgar en aquella herida, rebuscó entre los papeles ni contenedores para hallar prueba alguna. A medida que el asunto soberanista se ha ido calentando, ha aumentado la presión judicial en torno a Convergencia, en una situación extraña que me ha hecho pensar, desde un principio, que lo que realmente se le había sugerido a Mas en las reuniones que mantuvo hace meses con Rajoy y otros dirigentes era precisamente este escenario. El de la persecución de sus conocidos delitos si seguía por la senda de la ruptura, y el del “olvido” de los mismos, porque todos nos conocemos, a cambio de la vuelta a la moderación. Mas, sospecho, sabedor de que tiene cosas ilegales escondidas hasta en la montura de las gafas, decidió jugar un órdago, y se lanzó a la carrera independentista para, a riesgo de fracturar la sociedad, o incluso quebrarla, conseguir de ella un liderazgo mesiánico que le sirviera como coartada para mantener intacto sus negocios, que es lo único que realmente le importa. Lanzado a esta carrera, supongo que cada vez actúan menos frenos para que las denuncias y actuaciones de la fiscalía lo enfilen, a él y a su partido, y que casos como el del Palau, que deambulan sin rumbo por los juzgados, encuentren un lugar en el que ser investigados como es debido.
 
Envuelto en la estelada, Mas trata de protegerse a él mismo y a los suyos, y sobre todo al patrimonio amasado en común, y como todo acusado de corrupción, se presenta como una víctima, un inocente crucificado por un sistema que lo apalea en la plaza pública por atreverse a exhibir la bandera de la democracia y la libertad… Si no fuera porque esto es Europa diría que estamos ante un peronismo o un chavismo de libro, que pese a ello consigue aún engañar a mucha población a la que, tras la bandera, se le sigue birlando al menos el 3% de su dinero, porque recordemos que el presupuesto público sale de nuestros impuestos, y la corrupción que lo esquilma nos roba a todos, se llame ese presunto ladrón Bárcenas o Viloca, y sea cual sea la bandera que enarbole

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