El escándalo de los motores
trucados de Volkswagen, lejos de amainar, se encrespa, y empieza a adquirir
proporciones muy preocupantes para el propio futuro de la empresa, uno de los
símbolos intocables del “Made in Germany” que está sufriendo un deterioro de
imagen tan intenso como merecido tras sus amaños. Resulta asombroso ver como en
pocas semanas hemos pasado de que esa empresa sólo apareciese en prensa por
batir récords de ventas y facturación a leer titulares en los que se
estima el riesgo de quiebra del consorcio, y se valora el mismo en un inmenso
23%. El cisne negro le ha cagado a la empresa de Wolfsburg.
En lo que más nos puede afectar a
la economía doméstica, más allá de los inconvenientes para el propietario de un
vehículo de la empresa, es en lo que hace a las plantas de producción de coches
que el consorcio tiene en nuestro país. Son dos, una, más pequeña, de la propia
planta Volkswagen, en la localidad navarra de Landaben. Da trabajo directo a
unas cinco mil personas, indirecto a muchas más. Se centra en la producción del
modelo Polo y exporta más o menos un 80% de su producción al extranjero. La
otra, inmensa, la mayor planta automovilística de España, es Martorell, en
Barcelona, la sede de SEAT, en la que se montan todos los vehículos de la antigua
marca española y, desde hace poco, el modelo Q3 de Audi. Es una empresa
gigantesca, que da empleo directo a unas catorce mil personas e indirecto a
muchísimas más. En años pasados hubo dudas sobre la viabilidad parcial de la
planta y l llegada del Q3 se vio como el revulsivo para salvarla. Para
lograrlo, y en competencia con plantas situadas en el este de Europa, se acordó
entre la empresa y los sindicatos una rebaja salarial y de categorías de los
empleados para que el margen del complejo aumentase. Y se obtuvo el premio, el
Q3 fue para Martorell y el futuro de la planta quedó garantizado. La
fabricación de ese modelo, de alta gama, exigía un plan de inversiones a medio
plazo para modernizar y cambiar algunas de las características de la empresa, y
la matriz alemana se comprometió a ello, cifrando en más de tres mil millones
la inversión a realizar, en el plazo de los próximos años. Tras las palabras
pronunciadas ayer en Wolfsburg, sede del consorcio, por el nuevo consejero
delegado, anunciado la cancelación de todas aquellas inversiones que no sean
prioritarias ante los costes financieros, que no dejan de crecer, que tendrá
que afrontar el grupo para paliar el desastre, una sombra asomó en el horizonte
de todos los trabajadores de Martorell y, en general, de los que trabajan en el
grupo y sus proveedores. La mera idea de que las inversiones previstas en la
planta no se lleven a cabo puede traducirse en puestos de trabajo perdidos, no
uno ni dos, sino muchos, y un serio, muy serio problema para la economía de
Cataluña y el resto de España. A lo largo de los años de crisis, las plantas de
montaje de coches españolas, de las más productivas y eficientes del mundo, han
logrado acuerdos salariales para contener costes a cambio de mantener
producción, y el resultado ahora mismo es que estas fábricas (Citröen en Vigo,
Renault en Valladolid Palencia, Ford en Almusafes, Opel en Figueruelas, etc)
rinden a toda máquina y exportan cifras de vehículos y facturación que dejan
asombrado a cualquiera que las vea. Son muy buenas plantas y muy rentables, y
han sido, en su conjunto, un ejemplo de responsabilidad y colaboración entre
empresa, sindicatos y trabajadores para, en los momentos de mayor dureza de la
crisis, tratar de salvar el empleo y negocio. Ese sector y todos los implicados
en él han dado un ejemplo al país de cómo afrontar la crisis con seriedad,
rigor y sacrificio. No todos conocen el esfuerzo realizado, pero debiera ser
pregonado porque ha dado fruto.
Ahora, la estafa producida en la
matriz de una de esas empresas, y cuyos detalles de organización y entramado
aún desconocemos, amenaza la viabilidad de una de las plantas más destacadas
del país. Dicen los mal pensados que el anuncio de recorte de inversiones de
ayer es un órdago que pone Volkswagen encima de la mesa para que las
autoridades nacionales se piensen lo de ponerle multas, y así tratar de
ahorrarse penalizaciones y costes, pero en todo caso las demandas civiles y de
particulares que se van a multiplicar por todas partes van a suponer un
destrozo en las cuentas del gigante alemán que, con muy pocas dudas, le
obligará a recortar inversión. El objetivo final debe ser salvar Martorell.
Ese, a mi modo de ver, es el más grave y urgente desafío que tenemos en
Cataluña.
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