Hace tres días un amigo de
Elorrio, CGD, me llamó para ver si le podía hacer un favor. Resulta que se
había presentado a un concurso literario de relatos organizado por la fundación
para la economía circular y, tras el fallo del jurado, le habían avisado que
era uno de los tres galardonados, y que debía acudir a Madrid para asistir a la
entrega de premios. Por motivos de trabajo no podía desplazarse hasta aquí, así
que me pidió si podía acudir en representación suya, cosa que acepté encantado,
aún a sabiendas de que en todo momento estaba suplantando al protagonista y de
que, en cierto modo, era el mío un papel de actor.
Tras contactar con la
organización del evento e identificarme como el que acudiría a recoger en
nombre de CGD, acudí ayer por la tarde al acto de entrega, que se celebró en un
pequeño salón de una terraza anexa al Museo Reina Sofía. Fue una celebración
sencilla, modesta, en la que participamos poco más de veinte personas, y en la
que se entregaron tres premios a tres de los cerca de cien relatos que habían
sido enviados para concursar, en lo que la organización calificó como un éxito
inesperado. Era la primera vez que esta fundación recurría a la literatura como
vía de expresión y publicidad de sus actividades, una forma de divulgar y hacer
conocer lo que son sus fines que, en palabras de la coordinadora de la entidad,
que suscribo plenamente, es de lo más efectiva. La literatura no sólo es capaz
de trasladarnos a otros lugares, épocas y personajes, sino que también posee el
poder de explicarnos realidades que nos pueden ser ajenas, vivencias novedosas,
y experiencias que, contadas de una manera aséptica serían incapaces de
conmovernos. El poder del escritor está en la belleza de su prosa, sí, pero
también en el arte que supone suspender la realidad y crear una nueva, a la que
llamamos ficción, pero que es tan auténtica para el lector como la silla en la
que se sienta mientras lee. A veces una novela explica realidades que decenas
de ensayos no logran aclarar, y ese es uno de los muchos misterios del arte
literario. En el caso de este concurso, las bases indicaban la necesidad de que
los relatos, breves por definición, hicieran referencia de manera explícita en
su trama a los aspectos que caracterizan a la economía circular, y eso no es
sencillo, porque tiene su mérito lograr un texto que atrape al lector y que a
la vez permita explicar algunos aspectos de algo tan técnico y aparentemente frío
como es la economía, en cualquiera de sus formas geométricas, valga la gracia. He
podido leer el relato de mi amigo pero, por falta de tiempo, apenas he dado un
vistazo al resto de
participantes, que pueden ustedes ver y descargar en esta web, cosa que les
recomiendo. A la hora de recoger los galardones, una de las premiadas estuvo
presente en el acto, pero tanto otra chica como yo íbamos de parte de amigos
nuestros que no podían acudir, y teníamos una cierta sensación de postizo, de mérito
ajeno al que le estábamos robando, de manera injusta, protagonismo. A la hora
de sacar unas fotos de los galardonados pensé, por un momento, que esto es lo más
parecido que había hecho en mi vida a casarme engañando a mi mujer, porque no
era yo el que tenía que estar posando, luciendo frente a los flashes, sino mi
amigo. Cuando él reciba las fotos del evento no podrá reconocerse, aunque sepa
que, en cierto modo, estaba ahí. No tanto en este caso por el poder de la
literatura, pero sí por la imaginación, que a todas partes llega.
En el pequeño cóctel que tuvo
lugar tras el acto de entrega, nos comentaron los miembros del jurado que la
decisión del orden de los galardones había sido difícil, porque los tres textos
tenían tanto valía literaria como acierto a la hora de plasmar el ideario y
objetivos de la fundación. Cosas de la vida, me tocó recoger el primero de los
premios, dado que antes de la ceremonia los tres galardonados sabían que lo
eran, pero no el orden. Leí unas palabras que CGD me había enviado para
agradecer la concesión del mérito y el origen de la inspiración de su texto,
basado en la contemplación de un pueblo rural abandonado hace ya varias décadas,
testimonio de
esa España vacía que tan bien describe Sergio del Molino. Y así, con
palabras y textos, y alguna vianda en terraza, pasamos los presentes una velada
agradable.