Madrid y el calor son como Trump
y Twitter, una pareja indisociable y potencialmente muy peligrosa. Cuando uno
pasa aquí su primer verano descubre el sentido que adopta el término “calor” en
la meseta castellana, agudizado más si cabe por eso de la “jungla de asfalto”
que no es verde como la de la metáfora pero si pegajosa e ineludible. La ciudad
se recalienta día a día bajo un sol de justicia que sale a unas horas
inimaginables y parece no meterse nunca. Por la noche, escasa e inmóvil, los
edificios parecieran brillar del calor que irradian y la negrura del cielo se
torna pastosa, por la ausencia muchas veces de las más mínima corriente de
aire. La dureza de un verano en Madrid es algo que merece la pena experimentar
para hablar de ello con conocimiento de causa.
Este año, en el que la primavera
se ha mostrado cambiante y brusca, con el anticipo veraniego que tuvimos en la
tardía Semana Santa y regresiones posteriores, el verano ha llegado antes de lo
oficial. No será hasta el miércoles que viene, 21, a las 6 horas 24 minutos de
la mañana cuando empiece de manera astronómica, en el que será el día más largo
del año. A partir de ahí decrece, aunque el amanecer más temprano ya tuvo lugar
el pasado miércoles. Al termómetro, que es un impaciente, le da igual el
calendario y no quiere esperar a nadie, y este mes ha decidido que el verano
empezaba unos cuántos días antes. Desde hace una semana estamos en un régimen
más o menos continuado de máximas en torno a los 37 grados y mínimas de 24, con
una insolación máxima y, la verdad, insuperable. Desde ayer nos encontramos
oficialmente en ola de calor, lo que es un poco eufemístico dado lo que han
sido los días pasados, ola que durará hasta el domingo, con máximas que
tratarán de llegar a los 40, y si no lo logran será por poquísimo, y mínimas
estables dentro de esos niveles que, en Elorrio en verano serían de máxima en
muchas jornadas. Ayer fue un día meteorológicamente muy intenso en la zona
centro, no sólo por ese calor, sino por las tormentas que crecieron con fuerza
en zonas del sistema ibérico y central, tormentas cuyos cúmulos se veían perfectamente
desde Madrid mirase uno a la dirección que quisiera. Enormes y gigantescas
torres nubosas que crecían con un ímpetu desatado buscando los límites de la
troposfera y, en algunos casos, alcanzándolos. Esas formaciones nubosas, las más
impresionantes que pueden contemplarse, acabaron desatando tormentas muy
intensas en zonas como Soria y todo el espacio abarcado entre el sistema ibérico
y la serranía de Cuenca y Guadalajara, con miles de rayos, granizos de gran
dimensión y chubascos torrenciales, que poco alivian la sequía de esas
comarcas, y a buen seguro se llevan algo de la tierra, convertida en polvo tras
meses de ausencia de lluvia. A lo largo de la tarde parecía que la formación de
nubes tenía un centro, que era Madrid y sus alrededores, en torno al que no
llegaba a cuajar tormenta alguna y se mantenía un cielo despejado y
recalentado. Mi esperanza de lluvia se empezaba a difuminar en medio de la
angustia de vivir en un simulacro de agujero de donuts, rodeado de jugosos
chubascos, pero vacío en sí mismo. Pasadas las 21 horas, con las últimas luces
de la tarde, el crepúsculo bañó la ciudad y un tono ocre bello lo invadió todo.
Y de repente se levantó un vendaval muy violento, que agitó polvo, ramas y
basura de una manera tan brusca como llamativa. El aire agitado, cargado de
residuos y el crepúsculo originaron en mi barrio, y creo que en toda la ciudad,
una imagen que mezclaba belleza, apocalipsis y suciedad casi a partes iguales.
Y cuando todas mis esperanzas de
ver llover estaban deshechas, y el suelo crujía tras el vendaval, a las 22
horas empezaron a verse relámpagos en el cielo de Madrid, surgidos de una nube
creada más bien de la nada, no se si fruto de la ventolera o de alguna otra
incidencia, y tras un cuarto de hora de espectáculo luminoso, empezó a llover.
No mucho, ni mucho tiempo, pero con gotas gordas arrastradas por el viento, que
cayeron al suelo y fueron recibidas como el suero que mantiene con vida al
enfermo, postrado en la cama. Apenas diez minutos de chubasco que manchó los
coches y permitió que se asentara la arena, pero que refrescó. Y por un
momento, aunque sea fuga, el duro verano dio un respiro, a la espera de que
hoy, mañana y otros muchos días su mazo siga golpeando sin cesar a una
ciudad en la que, en estos meses, el tiempo es noticia por el calor.
Subo a Elorrio el fin de semana y
me cojo el lunes festivo. “Disfruten” de las temperaturas y mucho cuidado con
ellas. Si todo va normal, nos leemos el martes 20.
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