viernes, junio 16, 2017

Sol, calor, tormentas

Madrid y el calor son como Trump y Twitter, una pareja indisociable y potencialmente muy peligrosa. Cuando uno pasa aquí su primer verano descubre el sentido que adopta el término “calor” en la meseta castellana, agudizado más si cabe por eso de la “jungla de asfalto” que no es verde como la de la metáfora pero si pegajosa e ineludible. La ciudad se recalienta día a día bajo un sol de justicia que sale a unas horas inimaginables y parece no meterse nunca. Por la noche, escasa e inmóvil, los edificios parecieran brillar del calor que irradian y la negrura del cielo se torna pastosa, por la ausencia muchas veces de las más mínima corriente de aire. La dureza de un verano en Madrid es algo que merece la pena experimentar para hablar de ello con conocimiento de causa.

Este año, en el que la primavera se ha mostrado cambiante y brusca, con el anticipo veraniego que tuvimos en la tardía Semana Santa y regresiones posteriores, el verano ha llegado antes de lo oficial. No será hasta el miércoles que viene, 21, a las 6 horas 24 minutos de la mañana cuando empiece de manera astronómica, en el que será el día más largo del año. A partir de ahí decrece, aunque el amanecer más temprano ya tuvo lugar el pasado miércoles. Al termómetro, que es un impaciente, le da igual el calendario y no quiere esperar a nadie, y este mes ha decidido que el verano empezaba unos cuántos días antes. Desde hace una semana estamos en un régimen más o menos continuado de máximas en torno a los 37 grados y mínimas de 24, con una insolación máxima y, la verdad, insuperable. Desde ayer nos encontramos oficialmente en ola de calor, lo que es un poco eufemístico dado lo que han sido los días pasados, ola que durará hasta el domingo, con máximas que tratarán de llegar a los 40, y si no lo logran será por poquísimo, y mínimas estables dentro de esos niveles que, en Elorrio en verano serían de máxima en muchas jornadas. Ayer fue un día meteorológicamente muy intenso en la zona centro, no sólo por ese calor, sino por las tormentas que crecieron con fuerza en zonas del sistema ibérico y central, tormentas cuyos cúmulos se veían perfectamente desde Madrid mirase uno a la dirección que quisiera. Enormes y gigantescas torres nubosas que crecían con un ímpetu desatado buscando los límites de la troposfera y, en algunos casos, alcanzándolos. Esas formaciones nubosas, las más impresionantes que pueden contemplarse, acabaron desatando tormentas muy intensas en zonas como Soria y todo el espacio abarcado entre el sistema ibérico y la serranía de Cuenca y Guadalajara, con miles de rayos, granizos de gran dimensión y chubascos torrenciales, que poco alivian la sequía de esas comarcas, y a buen seguro se llevan algo de la tierra, convertida en polvo tras meses de ausencia de lluvia. A lo largo de la tarde parecía que la formación de nubes tenía un centro, que era Madrid y sus alrededores, en torno al que no llegaba a cuajar tormenta alguna y se mantenía un cielo despejado y recalentado. Mi esperanza de lluvia se empezaba a difuminar en medio de la angustia de vivir en un simulacro de agujero de donuts, rodeado de jugosos chubascos, pero vacío en sí mismo. Pasadas las 21 horas, con las últimas luces de la tarde, el crepúsculo bañó la ciudad y un tono ocre bello lo invadió todo. Y de repente se levantó un vendaval muy violento, que agitó polvo, ramas y basura de una manera tan brusca como llamativa. El aire agitado, cargado de residuos y el crepúsculo originaron en mi barrio, y creo que en toda la ciudad, una imagen que mezclaba belleza, apocalipsis y suciedad casi a partes iguales.

Y cuando todas mis esperanzas de ver llover estaban deshechas, y el suelo crujía tras el vendaval, a las 22 horas empezaron a verse relámpagos en el cielo de Madrid, surgidos de una nube creada más bien de la nada, no se si fruto de la ventolera o de alguna otra incidencia, y tras un cuarto de hora de espectáculo luminoso, empezó a llover. No mucho, ni mucho tiempo, pero con gotas gordas arrastradas por el viento, que cayeron al suelo y fueron recibidas como el suero que mantiene con vida al enfermo, postrado en la cama. Apenas diez minutos de chubasco que manchó los coches y permitió que se asentara la arena, pero que refrescó. Y por un momento, aunque sea fuga, el duro verano dio un respiro, a la espera de que hoy, mañana y otros muchos días su mazo siga golpeando sin cesar a una ciudad en la que, en estos meses, el tiempo es noticia por el calor.


Subo a Elorrio el fin de semana y me cojo el lunes festivo. “Disfruten” de las temperaturas y mucho cuidado con ellas. Si todo va normal, nos leemos el martes 20.

No hay comentarios: