jueves, junio 15, 2017

Atentado político en EEUU contra congresistas republicanos

Hay un pensamiento que se repite de manera insistente cada vez que es escogido un nuevo presidente en EEUU. “A este se lo cargan” se dice con frecuencia, al menos lo suelo escuchar de voces a mi alrededor de muy distinta ideología y edad. En la época moderna solo ha habido un asesinato, el de Kennedy, que traumatizó hasta tal punto a su generación que se ha convertido en el paradigma del magnicidio. Desde entonces, creo recordar que salvo el atentado que sufrió Ronald Reagan, no ha habido intentos serios conocidos de acabar con el inquilino de la Casa blanca. Y seguro que no ha sido por falta de ganas de muchos intereses, de todo tipo, color y espectro ideológico.

Uno de los mayores problemas de fondo a los que se enfrenta EEUU es su división política. Durante años nos han enseñado, en los medios de comunicación y en los hechos, que el interés general prevalecía y difuminaba las barreras entre demócratas y republicanos, los consensos acababan fraguando y el país avanzaba. Desde hace algunos años esto no es así. La radicalidad se ha extendido por las filas de ambos bandos, hasta niveles que hace tiempo superaron lo insoportable y empiezan a ser lesivos para los intereses del país. El proceso comenzó antes, y con mayor intensidad, en las filas republicanas, quizás por su proximidad a grupos religiosos que tienen por bandera la fe verdadera, siempre que sea la suya. El GOP, siglas de Great Old Party, como es conocido el partido republicano allí, entró en una deriva de libertarios, movimientos como el Tea Party, sectas creacionistas anticientíficas y corrientes de todo tipo que, en gran parte, le han alejado del votante mediano. Ha perdido parte de su relevancia en las grandes poblaciones costeras, pero a cambio se ha fortalecido en el interior, no solo en el llamado “cinturón de la Biblia” que son estados en los que la presencia de congregaciones religiosas es más intensa, sino en zonas industriales devaluadas por la globalización y el avance tecnológico, cosa que supo ver y aprovechar el desnortado Trump. Por su parte los demócratas, muchos de ellos en tierra de nadie, también han visto como el discurso moderado perdía adeptos mientras que posiciones radicales como las defendidas por Bernie Sanders suscitaban un apoyo creciente entre muchos de sus votantes. Sanders no pasaría de moderado en un PSOE, pero para gran parte de los estadounidenses es un peligroso colectivista y un enajenado, un candidato que muy probablemente nunca ganaría unas presidenciales, y que es visto por muchos como un peligro. Este proceso de giro al extremo de los partidos clásicos deja huérfanos a muchos votantes que, desencantados, y a sabiendas de cómo funciona el sistema electoral norteamericano, optan por no votar, y se alejan del proceso de elección, permitiendo que opciones radicales puedan llegar al poder. Recordemos que Trump gano los votos electorales pero perdió en voto popular, pero sólo por tres millones de papeletas sobres las decenas y decenas de millones de las registradas. La desmovilización del votante mediano aupó a Trump en estados decisivos, lo que muestra hasta qué punto la radicalidad es un juego peligroso que, sobre todo, conviene a los extremistas de todas las formaciones políticas, y perjudica a todos los demás, la inmensa mayoría del país. Esto es algo a lo que en España estamos, lamentablemente, demasiado acostumbrados, pero parecía que EEUU era inmune a esta enfermedad. Parece que esa inmunidad ha terminado, lo que será lesivo para los intereses de aquel enorme país.


En este clima de polarización, y a sabiendas de lo fácil que es allí adquirir un arma, se produjo ayer un atentado en Virginia, en una zona muy cercana a Washington, en el que un acérrimo seguidor de Sanders, que no dejaba de despotricar contra Trump en las redes sociales, disparó decenas de balas contra un grupo de congresistas republicanos que estaban jugando al béisbol, dejando varios heridos de diversa consideración. En este caso ha sido un extremista demócrata contra republicanos, podía haber sido al revés, pero da igual. Lo grave es ver cómo la fractura política, que la nefasta presidencia de Trump amplía día a día, hace que sucesos tan desgraciados y condenables como estos puedan ser más factibles. Es hora de que en EEUU se pise el freno a la disputa política, las aguas se serenen y el interés general vuelva a ser el protagonista de los que, en principio, son elegidos como líderes del país.

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